Se nos ha ido el hombre de los piropos bonitos, de la sonrisa eterna, de los abrazos.
No sé si envidiarte o llorar porque ya no estás aquí pero en todo caso te echaremos de menos. Cuando podamos volver a nuestros despachos, a recuperar esos papeles que han dormido durante unos meses para volver a programas, a trabajos y proyectos, a ti padre Luis no te encontraremos porque te has ido con tu Señor por quien optaste hace muchos años y habrá un vacío que solo llenará la esperanza firme en Jesucristo dueño de la vida.
Hemos aprendido de ti a sonreír siempre con ternura y a todos; hemos aprendido de tu paz y ternura, de tu entrega y ese legado eterno queremos heredarlo: te lo contaremos cuando nos veamos de nuevo.
Tú, mientras tanto, cuida de la Iglesia, de nuestros obispos, sacerdotes, de tus jesuitas, de todos los trabajadores en la viña y de los que se creen fuera, de las personas consagradas y las familias, de los niños, de los abuelos, de todas las delegaciones, de ‘mis’ presos, esos pobres chavales solos y aislados porque algunos no tienen ni cinco euros para llamar a sus familias… Y cuida de nuestros medios: ellos son los que nos lo cuentan todo, nos traen esperanza, compañía, noticias, oraciones, discusiones… aun a riesgo de enfermar. Y cuida a los que nos dan de comer: los que producen lo que necesitamos y nos lo aproximan.
Y cuida a los gobernantes porque los apóstoles de Jesús nos enseñaron a rezar por ellos, que buena falta les hace, dicho sea de paso. Ellos también están pagando un alto precio en salud, en cansancio.
Dile al Señor que cuide a nuestros cuidadores. Que nos cuide a todos para que nadie muera de hambre, de soledad, de tristeza, de desesperanza, de desamor: ¡nadie!
Y dile que nos quite el miedo porque él es la vida.
Y que nos quite este bicho, ¡por favor!
Hasta luego, padre Antonio Luis.
Isabel Escartin, delegada episcopal de Pastoral Penitenciaria