Emilio González: “No podía ser feliz yo solo, tenía que compartirlo donde hacía más falta”

Iglesia en Aragón
12 de diciembre de 2017

Emilio González Escalada lleva casi 50 años al servicio de la Diócesis de São Mateus, en el Estado del Espírito Santo (Brasil).

Nació en Navarra, pero a los dos años vino a vivir a Zaragoza. Estudió en Escolapios, en el Calasancio y luego en el Conde de Aranda. Allí, cuando les hablaban de las misiones, despertó su vocación misionera. Su deseo de consagrarse al servicio de otros creció en el grupo de jóvenes de la Parroquia de Santiago. “Lo que me llevó principalmente a ser misionero, es que se hizo muy fuerte dentro de mí un encantamiento enorme por Jesús, de tal manera que amarlo y seguirlo me hacía muy feliz y fui comprendiendo que no podía ser feliz yo solo, sino que tenía que compartirlo y compartirlo con aquellos donde hacía más falta” explica el sacerdote, “por eso cuando me ofrecieron ir a una Diócesis donde no había un solo sacerdote autóctono y muy pocos misioneros, no lo dudé un momento y descubrí que era allí donde el Señor me quería y ahora 47 años después veo que el Señor no me decepcionó”.

A los 17 años ingresó en la Congregación de los Misioneros Combonianos, en  Moncada, Valencia. En 1970 le enviaron a Brasil donde trabajó en la misión y concluyó sus estudios durante dos años. Se ordenó en el Congreso Eucarístico Nacional en Valencia, el 25 de Mayo de 1972 y ese mismo año volvió al trabajo misionero y de pastoral en Brasil. En 1985 dejó la Congregación y empezó a dedicarse a la Diócesis de São Mateus, donde continúa a día de hoy, como Vicario General y también es juez del Tribunal Interdiocesano.

Su diócesis está formada por más de 750 Comunidades Eclesiales de Base, distribuidas en 23 parroquias y a pesar de las enormes distancias y ser solo 34 sacerdotes, este misionero explica cómo las mejores experiencias las tiene visitando a las comunidades, compartiendo y trabajando con la gente. Pasa tres o cuatro días con cien o doscientos seglares, en encuentros con niños, jóvenes, familias y principalmente de formación con los líderes de las pastorales, “estudiando, rezando, compartiendo juntos las responsabilidades de la Iglesia, sintiéndonos Iglesia viva y de salida como dice el Papa Francisco” y continúa diciendo que son experiencias que marcan, momentos muy enriquecedores donde recibe mucho más de lo que da.

Él describe su día a día como “sencillo” pero no deja de darse a los demás desde que se levanta hasta que vuelve a dormir. Se levanta todos los días a las 5 de la mañana, y después de rezar y meditar va a la iglesia a las 6 de la mañana, donde ya hay gente esperándole para confesarse o pedir consejo. A las 7 celebra la Eucaristía, desayuna y hasta las 11 se dedica a atender a los problemas de las personas. Problemas matrimoniales, de padres e hijos, especialmente de drogas, problemas de parroquias, de relaciones clero-seglares, etc. Después de comer trabaja en procesos de nulidad matrimonial, si no hace su visita mensual a una de las Comunidades. Esta consiste en una reunión con la coordinación, catecismo con los niños, encuentro con adolescentes, jóvenes y matrimonios, confesiones y una Misa para finalizar. Después de cenar en casa de una familia de la Comunidad se vuelve a casa, tiene un camino corto si es una Comunidad urbana, en la ciudad de S. Mateus y un poco más largo si es rural.

Precisamente en uno de esos viajes largos, él recuerda como una vez, el coche cayó en un agujero de la carretera (hecho para que los rebaños no pasen de una propiedad a otra) y cuando llegó a la comunidad 5 horas después, más de 200 personas aún le esperaban. Lejos de reproches o quejas, hicieron una fiesta porque había llegado y tendrían Eucaristía.

“Ser misionero es gracia, es sentir a Dios tan cerca que lo tocas cada día”, explica el misionero  afirmando que es el mayor regalo que Dios le ha dado y la mejor y más maravillosa manera de vivir su vida. Alienta a los jóvenes a seguir la vocación misionera diciendo que “si experimentaseis un día la sonrisa de un grupo de niños cuando te reciben en una comunidad. Si experimentaseis, aunque fuera solo un día, el cariño y la gratitud de la gente por hablarles de Jesús, os aseguro que mil vidas que tuvieseis, mil vidas querríais seguir dando”.

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