Opinión

Jesús Moreno

A pie de calle

¿Tiempo propicio?

6 de mayo de 2020

Pecando de erudito -pido perdón por ello-, los cristianos que reflexionan, desde la fe, sobre lo que sucede en el mundo emplean dos palabras, dos conceptos referidos al tiempo y que tienen su origen en la filosofía griega: kronos y kairós. Kronos es sencillamente el paso del tiempo sin más, una hora detrás de otra, un día detrás de otro. Pura CRONOlogía.

Kairós, en lenguaje de la filosofía, es ‘el tiempo de calidad’, el que vives conscientemente, en el que vas creciendo interiormente, reflexionando sobre lo que sucede y tomando decisiones para tu vida y para tu relación con los demás. Este tiempo no se cuenta por horas ni por días. No es el tiempo que simplemente pasa, sino los acontecimientos o las situaciones duraderas que rompen la monotonía de la existencia y te cuestionan. Es un tiempo propicio para avanzar personalmente y juntos en la calidad de vida.

Pueden ser situaciones o acontecimientos positivos o negativos que nos invitan o nos llevan necesariamente a la reflexión tanto personal como comunitariamente. Son situaciones que nos invitan a pensar. Es un tiempo en el que aprendemos porque reflexionamos y, si estamos dispuestos, nuestras vidas mejoran en calidad personal y en las relaciones con los demás.

Este tiempo, que estamos viviendo, es un tiempo duro, un tiempo malo. Pero puede ser, podemos convertirlo en un ‘tiempo propicio’, en un ‘kairós’, una oportunidad para hacernos las grandes preguntas sobre el sentido de la vida, sobre los criterios por los que nos regimos en nuestra existencia. Es una oportunidad para reflexionar, personal y socialmente, cómo son nuestras relaciones con la naturaleza, con los demás, con nosotros mismos.

Vemos ahora, por ejemplo, cómo debemos cuidarnos para cuidar así a los demás. Constatamos que la solidaridad es necesaria y nos salva de muchas situaciones negativas. Experimentamos que nuestros actos más personales, que nuestro modo de vivir, influye positiva o negativamente en la naturaleza, en los demás y en nosotros mismos. Y que, por tanto, nuestras costumbres y hábitos de consumo, por ejemplo, debemos cambiarlos. Que el dinero no lo es todo. Que la familia es esencial. Que el cariño, la ternura, el amor no pueden faltar. Que la economía debe humanizarse poniendo a la persona y no al capital en el centro de la actividad humana, etc. … por poner algunos ejemplos.

La muerte, el dolor, la soledad, el miedo, la angustia, los cuidados, la ternura, la precaución por tantas cosas y por tantos detalles, la necesidad de quedarse en casa, la solidaridad y la entrega que reconocemos y valoramos en tantos profesionales, las iniciativas para transmitir esperanza… nos están invitando a reflexionar sobre el ser humano, sobre el sentido de la vida. Para que sea un tiempo propicio o simplemente unos hechos desgraciados, desagradables, negros que, una vez vencidos, pasarán y nada habrá cambiado, nada habremos aprendido.

El tiempo, como ‘kairós’, lo podemos llamar los cristianos ‘tiempo de Dios’. No en el sentido de que Dios haya ‘decidido’ hacernos pasar por una situación bella o dolorosa. Sí en el sentido de que Dios, en quien creemos y confiamos, nos lleva a preguntarnos, desde la fe en El, qué sentido tiene lo que nos está sucediendo, cómo debemos vivirlo, qué decisiones estamos llamados a tomar, cómo reaccionar… Y dejar que su Palabra y la realidad que vivimos se fecunden mutuamente en la oración y nuestra fe sea cada vez más la luz que ilumine el camino de nuestra vida, el sentido de la historia. La luz de la fe, es decir, Dios mismo que habita en nosotros, que camina con nosotros.

Porque nuestra fe, la imagen de Dios que nos hemos formado, están llamados a purificarse, a avanzar en una comprensión cada vez más fiel a Jesús, el rostro humano de Dios. Porque, probablemente, damos por hecho que ya le conocemos a Dios, que ya conocemos a Jesús, que ya conocemos el Evangelio, que ya conocemos nuestra fe y nuestro cristianismo, que ya lo sabemos todo. Cuando pensamos así, debemos atrevernos a preguntarnos si realmente estamos abiertos a la novedad siempre sorprendente de Dios o si hemos reducido a Dios a los límites de la costumbre, de la rutina y de nuestra pura razón. Incluso con la mejor buena voluntad.

Cuando, en realidad, no debiéramos dar por hecho nada en nuestra comprensión y vivencia de nuestra relación con Dios, en nuestra comprensión y vivencia de nuestra fe. Sino que debiéramos cuestionarnos constantemente para avanzar, para purificar nuestra fe. Para preguntarnos valiente y decididamente si realmente el Dios en quien creemos es el que nos reveló y manifestó Jesús.

Una comprensión correcta de la Biblia nos lleva a comprender que Dios se nos va revelando al ritmo mismo del desarrollo de la historia y de las preguntas del corazón del ser humano. No estaría mal que cada día pudiéramos preguntarnos: ¿Señor quién eres? Y, entonces, es posible que Dios se haga nuevo cada día en nuestros corazones. Lo conozcamos mejor, lo amemos más y, en Él y con Él, amemos a los que llamamos hermanos.

No es punto final.

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