Opinión

Víctor Vicente

Darse cuenta

6 de mayo de 2020

Es sábado 2 de mayo, un día muy esperado para los deportistas. Aún con restricciones, pero podemos salir de nuevo a la calle a practicar actividad física.

Suena el despertador a las 6:15h, tras tomar un café solo salgo a la puerta para calzarme las zapatillas. Estoy tan ilusionado como un niño cuando se despierta y ve los regalos la mañana del día de reyes. Mientras me preparo ya escucho el fuerte canto de las golondrinas que revolotean entre los tejados.

Salgo a la calle y comienzo a correr, despacio. Activo el reloj y rápidamente alzo la mirada. Me concentro en mi postura y mi técnica de carrera. Siento cómo entra el aire a mis pulmones, cómo se estiran mis músculos, cómo pesa mi cuerpo sobre mis rodillas, cómo sube el pulso cardiaco. Me encuentro bien.

Sigo trotando tranquilo hasta salir de la zona urbana, prefiero volver a estar en contacto con la naturaleza. Está amaneciendo y observo el precioso cuadro que dibujan los primeros rayos del sol sobre el horizonte. Las primeras luces del día iluminan solo parte del lienzo, dejando detalles de color, zonas sombreadas y bonitos reflejos. Aún es pronto y sigo notando el frescor de la mañana sobre la piel de mis brazos.

Los ribazos están llenos de flores. Las amapolas están en su máximo esplendor sobre saliendo por encima de pequeñas margaritas que se mantienen a ras de suelo y diminutas flores amarillas que emanan de las que el resto del año llamaríamos malas yerbas. Me llama la atención la gran cantidad de flora, se percibe la gran cantidad de agua caída en lluvia las semanas anteriores.

Llegando la zona más cercana al río Ebro de mi recorrido puedo distinguir el sonido del agua entre las hojas de los altos chopos que lo vigilan. Es un sonido suave, continuo y agradable. La lengua del más caudaloso de España pasa sigilosamente sin dar grandes saltos ni revueltas entre las huertas.

Paso por bancales más cuidados, sembrados de cereal que está creciendo con un verde intenso. Miles de espigas iguales que se mueven levemente con la brisa de la mañana. Parece un agua vegetal con suaves corrientes marinas.

Las zonas anexas a estos bancales están cortadas y cuidadas, dando paso a un olor a plantas recién cortadas que penetra en mis pulmones cual perfume natural. Son olores que me transmiten una gran paz interior, que me conectan con la naturaleza.

Por un momento quiero mirar mi reloj, repasar mis pulsaciones, mi ritmo de carrera, la distancia… Pero el espectáculo natural supera el ansia de control y mi mirada se mantiene atenta a no dejarse ningún detalle del espectáculo.

Entro a casa de nuevo, finalizado el recorrido. Mi mujer me preguntó “¿qué tal ha ido?”. Yo le contesté “genial, me di cuenta de casi todo”.

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