Opinión

Jesús Moreno

A pie de calle

Mientras estaba llorando, «no» vi a mi Señor

29 de abril de 2020

Tan real como el título de mi reflexión del miércoles pasado: “Mientras lloraba, vi a mi Señor”.

Ambas experiencias son reales. Incluso en la misma persona. En diferentes momentos. O a la vez.

Dos experiencias que nacen de la misma fe. Son experiencias de fe. Las dos. Hay que afirmarlo sin miedo porque es real.

 En el mismo Jesús nos sorprenden las dos experiencias: ¡Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”. “¡Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu!”

La realidad es, a veces, tan oscura, tan dura, tan amenazante que nos cuesta confiar en un Dios que se nos revela como Amor. No logramos ‘entender’. Nos surgen preguntas y preguntas. Preguntas que no tienen una respuesta tan convincente para la razón como que dos y dos son cuatro.

Pero el corazón, todo nuestro ser interior, todo nuestro anhelo profundo de que la vida tenga sentido más allá del sin-sentido de muchas situaciones, está activo. Viene en ayuda de nuestra búsqueda y nos lleva más allá de lo negativo y conflictivo de la vida.

Ya nos lo dijo Blaise Pascal en el siglo XVII: “El corazón tiene razones que la razón ignora”. Y “El principito” de Antoine Marie de Saint-Exupéry en el siglo XX: “He aquí mi secreto, que no puede ser más simple: sólo con el corazón se puede ver bien; lo esencial es invisible para los ojos”.

Y en el corazón, en nuestro interior, en nuestro ser total -no solo racional- encuentra su lugar la fe. La fe inunda todo nuestro ser e ilumina nuestra razón. Y la razón nos ayuda a descubrir que el corazón va por buen camino. Y la razón ayuda a que nuestra fe sea adulta. La razón y el corazón se complementan. La fe y la razón se hermanan.

En este diálogo entre la fe y la razón, los cristianos creemos que “la esperanza no defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado” (Rom 5,5). Esta acción del Espíritu, profunda pero discreta, activa pero oculta, fuerte pero sin imponerse, hace posible que sigamos diciendo “mi Señor” en medio de las durezas de la vida y con la fuerza del corazón fortalecido por la fe.

Esta es nuestra fe cristiana. La que vemos, hecha encarnación humana creyente, en Jesús que no baja de la cruz para ‘demostrar’ que Dios estaba con él. Permanece en el grito y en el dolor oscuro de la cruz confiando en el Padre. Los cristianos no solamente creemos en que Dios existe, sino que confiamos en Él, aun cuando tenemos la sensación de que nos abandona.

Estamos viviendo un tiempo para avanzar en la fe de modo adulto. La fe es siempre un proceso que se va haciendo no en un día ni por un único motivo. En ese proceso hay momentos de luz, de alegría, de gozo y momentos de oscuridad, de no entender. Momentos de duda. Sí, de duda. La duda no es pecado, sino condición de crecimiento y profundización. Quien no duda en su vida de fe, no crece, piensa que tiene toda la verdad y se convierte en un fundamentalista. También es cierto que la duda puede llevar a una persona a la pérdida de la fe; pero será una pérdida no culpable, será una pérdida fruto de una experiencia dura que no ha logrado superar. Pero el Espíritu no abandonará a esa persona ni lo forzará, sino que seguirá en ella y con ella.

Todos, de una u otra manera, recorremos el camino de la fe con dudas, decepciones y temores. Porque las cosas no nos salen bien, porque El Seño no satisface nuestras expectativas, nuestros deseos; no responde a nuestras necesidades (Entonces… ¿para qué creer?, nos preguntamos). No existe la vida sin cruz, la vida sin contradicción, la fe sin crisis. Así nos replanteamos nuestra imagen de Dios y nos invita a caminar hacia una fe adulta.

Esa fe adulta que nos lleva a la experiencia única de creer que, en medio del coronavirus, el Padre está con nosotros, no nos abandona. Experiencia extraordinaria en lo ordinario, luminosa y a la vez oscura, que, por su gracia, por su Espíritu, hace que sigamos esperando en Él.

Esa fe adulta que nos lleva a mantener esa actitud profunda de seguir llamándolo “mi Señor”, aunque estemos llorando. Como Jesús en la cruz… camino de resurrección y esperanza.

Esa fe que llevó a San Juan de la Cruz a expresarla de modo tan bello cuando estaba encarcelado por sus hermanos carmelitas en Toledo y de donde escapó ayudado por su vigilante. Copio la primera parte de tan profundo poema

Qué bien sé yo la fonte que mana y corre,

aunque es de noche.

Aquella eterna fonte está escondida,

que bien sé yo do tiene su manida,

aunque es de noche.

Su origen no lo sé, pues no le tiene,

mas sé que todo origen de ella tiene,

aunque es de noche.

Sé que no puede ser cosa tan bella,

y que cielos y tierra beben de ella,

aunque es de noche.

Bien sé que suelo en ella no se halla,

y que ninguno puede vadealla,

aunque es de noche.

Su claridad nunca es oscurecida,

y sé que toda luz de ella es venida,

aunque es de noche.

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