Opinión

José Manuel Murgoitio

Se nos ha parado el tiempo

1 de abril de 2020

En el conjunto de reflexiones que Z. Bauman nos ha dejado sobre la sociedad actual, una de ellas se refiere al tiempo. Así, nos revela como en la actualidad, especialmente para las nuevas generaciones, el tiempo no es sino un ladrón. Inmersos en el frenesí de cada día, apurados por lo quehaceres cotidianos, agobiados por los finales de mes y el hacer frente a los pagos mensuales, en ese día a día elevado a la potencia, todo lo queremos para ahora, en el momento, al instante. Así, queremos que nos sirvan en las tiendas al momento y hacer fila nos incomoda porque nos hace perder el tiempo. Nos hacen perder tiempo las esperas en el médico, en el autobús que tarda a venir, y hasta ese amigo o compañero que ha recibido nuestro whatsapp y, aunque están marcadas esas dos rayitas en azul, no nos responde de inmediato.
Esta premura vital se observa especialmente en el ámbito de la educación, en dónde nuestra formación la queremos lo más rápida o breve posible, porque no podemos retrasarnos en acceder a la vida laboral y ascender en nuestra carrera profesional. Por eso, la educación ha dejado de ser un proceso para convertirse en un mero producto.
El tiempo ha venido a constituirse de este modo en el enemigo del hombre postmoderno y su modo de vida. El tiempo es exigente y requiere un orden, un método, pero sobre todo conlleva un transcurrir de nuestra existencia que nos impide el acceso inmediato, aquí y ahora, de la mayoría de nuestros anhelos materiales y aún espirituales. Por eso el amor también es fugaz, porque el compromiso con el otro exige dedicación, o sea tiempo personal para el otro que, por esa razón, no me lo dedico a mí mismo. Por eso el tiempo es enemigo de la nueva “egología” o ese “yoismo” como dice algún anuncio televisivo.
Por eso el tiempo contraría tanto al hombre postmoderno, pues éste hace del instante la medida de todas las cosas. Tan bueno es algo como instantánea es su capacidad para satisfacer mis necesidades.
Y mira por donde, se nos ha parado el tiempo. Bueno, más bien se ha tomado la revancha. Y todo lo tenemos en “reposo”, hibernado, ralentizado: nuestra vida familiar, nuestro trabajo, nuestras relaciones sociales, etc. Confinados en nuestras casas, el tiempo transcurre como antaño, algo que casi habiamos olvidado, un minuto detrás de otro minuto, y lo vemos pasar pausadamente por delante de nuestras ventanas; esas por las que vemos como discurren los días y las noches, con la nostalgia de aquellos días en los que ni a eso dedicábamos tiempo.
Pero aun así, el tiempo nos da una oportunidad. Una oportunidad para, en esta pausa de nuestra vida, podamos descubrir a Cristo, que es el Señor del Tiempo y de la Historia -“el hijo del hombre que es señor del sábado” (Lc. 6 1-5)-, en quien convergen el pasado y el futuro. Él nos ofrece así, de nuevo, en la prórroga de nuestro tiempo en la que estamos, morir al hombre viejo y nacer al hombre nuevo.

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