“Más de 80 kilos de rosquillas, magdalenas, turrón de la abuela, pastas o trufas han sido entregados al Hospital de Txagorritxu como contribución y agradecimiento a la labor de todo el personal en estos momentos.
Las Hermanas Clarisas de Vitoria han vaciado todas sus estanterías de repostería casera para donarlo a los médicos, enfermeros, auxiliares, celadores y personal de limpieza y seguridad que está en primera línea en el Hospital de Txagorritxu intentado salvar vidas y combatiendo al Covid-19.
Ante los cierres de los servicios hosteleros en el propio hospital, y en los alrededores, las monjas han creído oportuno tener este pequeño gesto: “para que les aporte energía y fuerzas para poder realizar su trabajo diario”. Por otro lado, han asegurado que en las próximas semanas seguirán elaborando sus artesanos productos para llevarles nuevas remesas. La táctica del “Ora et labora” da frutos como estos”. [1]
Un gesto entre mil.
Un gesto con el que quiero homenajear, humildemente, tantos y tantos gestos como está creando la ‘imaginación de la caridad’, de la solidaridad.
Un dulce entre tanto amargor.
Un ‘detalle’ que se convierte en ‘más que un detalle’.
Lo no necesario que, en este caso, alegra el corazón, hace cercano el cariño y el agradecimiento. Porque “Nos dimos cuenta de que estábamos en la misma barca, todos frágiles y desorientados; pero, al mismo tiempo, importantes y necesarios, todos llamados a remar juntos, todos necesitados de confortarnos mutuamente, en esta barca estamos todos” (Francisco, 27 marzo 20).
Que hay gestos más importantes que éste. Sin duda.
Nos los están recordando los medios de comunicación y las redes sociales. Buen servicio.
Se dan en todos los ambientes: familia, vecinos, organizaciones ciudadanas, alimentación, deportistas, diócesis, parroquias, Cáritas…
Y de todos los estilos: compañía, cuidados, encargos, compras, festivos, música, juegos, aplausos, oración…
Solidaridad que, como fruto colateral, ayuda a muchos a superar el miedo, tan lógico en estas circunstancias. Pero que no nos podemos dejar dominar por él.
La pandemia está haciendo brotar la solidaridad. Pandemia de solidaridad, la han llamado algunos.
La solidaridad gratuita, incluso arriesgada, que es la auténtica. Porque la solidaridad por buscar fama, intereses no confesables, tapadera de injusticias… no es tal.
Si brota fuerte ahora la solidaridad, es porque estaba ahí. Sembrada. Escondida. Guardada. Deseando salir a flote. Deseando actuar.
Y actuaba, sin duda, antes de la pandemia. Se ha activado, sí, pero no ha botado de la nada. La solidaridad siempre está entre nosotros.
En multitud de gestos sencillos, humildes, casi imperceptibles.
Gestos y acciones que, casi sin darnos cuenta, hacen la vida más llevadera a muchos, apoyan a personas concretas en dificultad, dan esperanza a situaciones de debilidad…
También solidaridad permanente en gestos grandes: acogida a inmigrantes, lucha contra la trata de personas, atención a personas sin hogar, defensa de mujeres maltratadas, creación de puestos de trabajo…
La solidaridad es tan necesaria como el pan de cada día. Siempre imprescindible para hacer la vida más humana. Más ‘dulce’. Para poder vivir y convivir.
Sin esta solidaridad diaria, sencilla, escondida… nuestra sociedad sería radicalmente peor.
Solidaridad, también, con la naturaleza, nuestra casa común, a la que maltratamos diariamente y a la que explotamos para crear riqueza para algunos y mantener un nivel de bienestar pasajero y egoísta de muchos de nosotros.
¿No será que, si subsistimos, se lo debemos a la solidaridad y que muchos de nuestros males surgen de la falta de solidaridad?
Una pregunta que nos puede cuestionar positivamente para que la solidaridad no la reduzcamos a situaciones de pandemia, de catástrofes naturales, de desgracias de familias o colectivos dañados por alguna circunstancia…
Ahora, sí, solidaridad. Pero no solamente.
Dos finales, formulados por otros, ante esta reflexión que termino aquí:
«¿Vamos a aprender algo de esto? Seríamos torpes si esto acabara y volviéramos a vivir como si nada hubiera pasado».
“Estoy convencido de que saldremos muy mejorados, cambiará nuestra escala de valores, veremos con más claridad lo que es importante y lo que es secundario”.
Y mi final: Esta solidaridad de hoy fortalecerá nuestra solidaridad permanente de mañana. Porque vamos a aprender la lección. Porque en la solidaridad está Dios, que es Amor. Y Dios no está inactivo, parado, nunca.
[1] Vicente Luis García Corres (Txenti). Religión Digital. 27 marzo 2020