Hablar en estos días del coronavirus y la cuarentena, no tiene nada de original. El asunto es grave y es lógico que la tengamos constantemente presente. Esto no evita que se puedan hacer varias interpretaciones de esta situación, pues los signos de los tiempos no dejan de iluminarnos. A mí no deja de resultarme curioso que cuarentena y cuaresma tengan una misma raíz, que las dos palabras nos trasladen a un apartamiento temporal en aislamiento con todo lo que ello trae consigo y –sobre todo-, que esta cuarentena que nos está tocando atravesar haya coincidido en tiempo de cuaresma. Más allá de si es casualidad o designio de la Providencia, no deja de resultar ciertamente oportuno, especialmente en un contexto histórico y social como el presente marcado por la secularización, el materialismo, y la autosuficiencia. No está de más que nos quedemos confinados para comprobar en nuestras propias carnes que no valemos por nosotros solos tanto como pensábamos. Es cierto que el hombre está dotado de una gran inteligencia y otros dones que le han permitido realizar grandes descubrimientos y avances. Pero no podemos olvidar –y estos momentos nos lo recuerdan con intensidad- que no deja de ser limitado, y que no sea creado ni construido a sí mismo, ni se vale por sí solo.
Son momentos difíciles, especialmente para los enfermos –con tantas muertes cada día-, para sus familiares y los que están en primera línea con riesgo y sin descanso (personal sanitario, militares, policía y tantos más) o en distintas tareas. Pero también son momentos de grandes bienes y de conversión. Estamos comprobando cómo de repente se ha presentado una situación crítica que ha barrido las grandes seguridades que el hombre tenía en sí mismo, y le está permitiendo comprobar día a día y minuto a minuto que es limitado, que no puede poner sus esperanzas en cosas contingentes (cuántas cosas que creíamos imprescindibles ahora las recordamos en una nebulosa), y que no puede explicar ni resolver todo por sí solo, que hace falta dirigir la mirada arriba si no queremos ahogarnos.
En esta particular cuaresma en cuarentena se nos presenta hoy la fiesta de la Anunciación, fiesta de la sencillez y humidad de un corazón –el de María- abierto a Dios. Recibe el anuncio del ángel en soledad, y la turbación de la noticia no le lleva a poner obstáculos, sino que se confía a Dios para que haga lo corresponda. Sin duda que una actitud semejante nos ayudará a comprender los momentos que ahora nos está tocando atravesar y a purificar el concepto que cada uno tenemos de nosotros mismos y de nuestras capacidades.