Opinión

José Luis Lázaro

La desnudez de nuestra alma

24 de marzo de 2020

Ya es oficial!  “El virus del miedo” ha entrado en Zimbabue. Después de muchos días de rumores, el gobierno ha tenido que confirmar los primeros “casos positivos” en este país africano. Lo sorprendente, una vez más, la reacción de nuestra gente: “Padre, no es problema…aquí cada día tenemos que luchar para conseguir salir adelante”. Y esta es, quizás, la enseñanza que deberíamos enviar a quienes sufren este virus “en el norte” del hemisferio. Las seguridades que nos habíamos creado en torno a una sistema económico y político neoliberal, se han derribado como un domino, con un minúsculo “bichito”, y ni siquiera los “muros” levantados para protegernos de ese mal llamado inmigración, han podido detener el avance de este virus, que no se sabe muy bien de dónde viene: de un laboratorio, de China, o quizás del fondo de nuestra condición humana…

Es la primera vez que “un minúsculo organismo” ha sacado a la luz pública, en nuestra condición humana, sentimientos como: vulnerabilidad, fragilidad, inseguridad, impotencia y, sobre todo, MIEDO!! No es fácil aceptar, que aquellos a quienes amas y quieres, están afectados por esta enfermedad. Quienes eran modelo de seguridad, de estabilidad y de una vida asentada y confortable; ahora, luchan por “sobrevivir” y “rehacerse moral y vitalmente” ante los efectos y los daños provocados por este virus.Quizás es una oportunidad, un regalo de Dios, para revisar dónde habíamos puesto nuestras seguridades, expectativas y confianzas: en nosotros mismos o en Él? Quizás nos habían hecho creer que podíamos controlar toda nuestra vida, si seguíamos los cánones marcados por nuestro sistema de vida comúnmente aceptado y bendecido por todas las instituciones humanas… Y la gran mentira, en la que vivíamos, ha sacado a la luz la desnudez de nuestra alma, vacía y alejada del plan de Dios, para este mundo y la humanidad.

Ahora, la solución “urgente” es la búsqueda de un “remedio”, una vacuna, que logre mitigar el dolor y el miedo a la muerte, y nos ayude a olvidar que por un tiempo “fuimos vulnerables” y vivimos atemorizados, pensando que teníamos que cambiar todo el sistema de valores que nos había dado seguridad y estabilidad.

Confieso que yo, también, estoy infectado por un virus, un virus que no sé muy bien cuando entró en el fondo de mi alma, estando en África, y cambió mi forma de mirar la vida y entender que, solo desde el día a día, con la confianza puesta en Jesucristo y en el servicio a los más empobrecidos, puedo vivir feliz aceptando el plan de Dios en mi vida. Saberme vulnerable, pequeño, débil, frágil, impotente –pocas cosas puedes controlar en este bendito continente- y pecador; me ayuda a vivir sin miedo todos los acontecimientos, problemas y circunstancias del “carpe diem” de mi vida en Zimbabue.

Yo no deseo que ninguna vacuna “me cure” de este virus, que me ayuda a vivir sin miedo, a sentirme agraciado, a aceptar la voluntad de Dios en mi vida, a compartirla desde los pobres y los excluidos –de hoy y de mañana-, y a saberme- consciente y públicamente- vulnerable, frágil y limitado por mis contradicciones, limitaciones y pecados.

No sé si seré afectado por este virus del miedo, o sufriré las consecuencias de lo que está por venir, lo que si sé es que no quiero vivir una vida alejada del amor de Jesucristo o huir de este rincón del sur de África.

Me gustaría terminar con la oración a la que nos invita a confiar en Dios, en estos instantes, el Papa Francisco: 

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