Opinión

Francisco Yagüe

¡Me niego a volver a la normalidad!

3 de abril de 2020

Hoy leía un artículo que destacaba positivamente las palabras de denuncia del Papa Francisco, ante actitudes insolidarias que se han evidenciado por la situación de emergencia sanitaria derivada del COVID 19.

El artículo destacaba, en su titular, que el Papa Francisco arremetía contra los que no pagan impuestos, achacándoles la responsabilidad de la falta de camas y aparatos de respiración en los hospitales. Y poniendo en evidencia cómo cualquier comportamiento siempre afecta la vida de los demás. Incluso el propio artículo decía que el Papa había citado al periodista Fabio Fazio el cual había escrito la siguiente afirmación: “es evidente que los que no pagan impuestos no sólo cometen un delito, sino un crimen”.

Y es que la situación que estamos viviendo está evidenciando con mayor crudeza los fallos del sistema y los propios fallos del modelo de ser humano que se ha ido construyendo en las últimas décadas.

Por ello, cuando oigo “ojalá volvamos pronto a la normalidad”, me sobrecoge un sentimiento de abatimiento seguido de un impulso de rebeldía. Me niego a volver a una situación donde, como dice el Papa, lo normal sea evadir impuestos o el fraude en una sociedad acostumbrada a ello en todos los niveles de sus estratos sociales, me niego a volver a una situación donde lo normal sea el beneficio económico por encima de las personas, me niego a volver a ver cómo se privatiza la sanidad pública en aras del déficit público, me niego a volver a ver escenas de acaparamiento de productos ante cualquier anuncio de dificultad sin pensar en los demás, me niego a invisibilizar a los enfermos y a los ancianos, me niego a no reconocer el trabajo digno que realizan mis vecinos y vecinas, me niego a acepta la explotación, la injusticia, situaciones de trabajo precario, me niego a no reconocer lo que aporta el trabajo de cada uno para el bien común de todos, me niego a no renunciar a mis privilegios para que todos tengamos derechos, me niego a no dar valor a lo gratuito, a la entrega y al servicio desinteresado.

Si después pues de todas las experiencias que estamos viviendo, el coronavirus no consigue mutarnos, todo habrá sido en vano. Si no conseguimos abandonar el simio sapiens que aún nos acompaña con actitudes de insolidaridad, egoísmo, violencia, de defensa de lo propio, de cerrazón a los míos o a mi grupo tribal, de incapacidad para la apertura, para la adaptación de las tradiciones, de las normas; y evolucionar definitivamente hacia el homo sapiens, capaz de colaborar, cooperar, integrar diferentes y superar los límites tribales, reconociéndose en fraternidad, poniendo en práctica conceptos como el de justicia, libertad, solidaridad, honestidad, difícilmente estaremos preparados para afrontar nuevas pandemias o crisis mundiales de otras características.

Pero también el Papa, según el artículo mencionado más arriba, ponía en evidencia la otra cara de la moneda, al igual que la propia situación de emergencia que estamos viviendo ha sacado a la luz lo mejor del ser humano. Decía Francisco: «Agradezco a los que se dedican de esta manera a los demás. Son un ejemplo de esta sensibilidad hacia lo concreto. Y pido que todos estén cerca de aquellos que han perdido a sus seres queridos y traten de estar cerca de ellos de todas las maneras posibles. El consuelo debe ser ahora el compromiso de todos».

También en el desierto germinan las flores más bellas y así lo estamos pudiendo comprobar, nos sobran ejemplos. Vecinos que felicitan por su cumpleaños a una anciana y nos emocionan a todos a través de las redes sociales, anónimos que tejen mascarillas y las entregan a las autoridades, otros haciendo compras a los mayores u ofreciéndose a cuidar los hijos de sus vecinos, aplausos agradecidos al personal sanitario, empresas que ofrecen sus infraestructuras para producir bienes sanitarios o se ponen al servicio del Gobierno, del bien común.

Y es que este COVID 19 ha configurando una especial cuaresma para los cristianos, en el que los signos de conversión han de ser luz para un mundo necesitado de transformación. ¡No podemos volver a la normalidad! Y para toda la ciudadanía es una ocasión también para una nueva revolución social.

Pero esa nueva realidad parida tras este desierto, vivido a golpe de contradicciones con el modelo socio-económico, no puede surgir o imponerse con los medios que utiliza el propio sistema que tratamos de mutar. Cuidado con provocar un cambio social a golpe de violencia o imposición, porque la injusticia se colará en la construcción de la nueva realidad. Cuidado, no arranquéis la cizaña, “no sea que al arrancar la cizaña, arranquéis también con ella el trigo”. (Mt 13, 29).

Debemos tener en cuenta que el fin no justifica los medios. Si utilizas los medios del sistema que quieres transformar para recrear una nueva realidad, estarás sembrando en ella el mal con el que querías acabar. “No puede el buen árbol dar malos frutos, ni el árbol malo dar frutos buenos”. (Lc. 7, 18)

Por ello, la revolución ha de surgir del desierto, de lo estéril, de lo pequeño. Son estos pequeños gestos que surgen de la dificultad de la crisis, los que podrán alumbrar una nueva realidad. Gestos que surgen de lo más profundo del ser humano. Como de la Cruz llegó la Resurrección. Desde ellos, es desde donde hay que comenzar a construir esa nueva realidad. Son estos pequeños gestos un signo del nuevo Reinado del Amor, donde la Justicia, la Paz, la Belleza y la Bondad serán el exponente de las nuevas relaciones económicas, sociales y políticas.

¡Y es por eso que no quiero volver a la normalidad!

Cuando todo esto pase, ¡qué sigamos cuidando a nuestros abuelos!, ¡qué sigamos cuidando de nuestros enfermos con dedicación! ¡Qué sigamos compartiendo con nuestros vecinos!, ¡qué sigamos reconociendo el trabajo de los demás y velemos para que sea digno!, ¡qué sigamos siendo creativos para luchar contra el sufrimiento!, ¡qué nos duela la injusticia de los demás!, ¡qué las empresas continúen ofreciendo sus infraestructuras para el bien común y dejen en segundo plano el beneficio económico!, ¡qué todos nos pongamos a trabajar y a servir a los demás, sin mirar tanto qué vamos a ganar o a perder con ello!

¡Qué una nueva Pascua florezca, tras un largo desierto y, en muchos casos, una dura pasión, derivada del azote de esta pandemia global!

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