En esta aportación A pie de calle procuro comunicar (a los dos o tres que me lean) esperanza, no optimismo alienante, ante la realidad que nos rodea. O presento experiencias y realizaciones positivas. El tema de hoy me lo suscita una experiencia sencilla (aunque no tanto) presentada por la revista semanal VIDA NUEVA en su número 3167 de este mes de marzo. Una realidad que, como otras muchas, es posible gracias a Dios, a muchos voluntarios y voluntarias y profesionales solidarios. Es una realidad bastante frecuente en cualquier rincón de España. Muy frecuente en la Iglesia: obras sociales que siguen adelante gracias, precisamente, al voluntariado. Y no solamente las dos “joyas de la corona”: CÁRITAS y MANOS UNIDAS.
El artículo de VIDA NUEVA se titula Ellas rompen fronteras y está firmado por Miguel Ángel Malavia. En él presenta el Centro de Acción Social San Rafael, en Madrid. En ese centro se pone, “por encima de todo lo demás”, la cercanía y el respeto por la persona que acude al centro con un problema o una necesidad. Al principio eran marroquíes que vivían en chabolas. “Ahora, atendemos a gente de todo tipo, muchos de ellos españoles con graves dificultades para cubrir sus necesidades básicas”. Así se expresa la fundadora y directora Concepción López Alcoceba, Hija de la Caridad. El centro tiene como finalidad “apostar por la autonomía de la persona e ir más allá de lo meramente asistencial” para que la pobreza y marginalidad de la persona sean vencidas. “Mi gran alegría, lo que me mueve, es presenciar lo que le ocurre a alguien que lo ha pasado mal y que, acompañado por nosotros, ha podido recuperar su autonomía, las riendas sobre su propia vida”.
Básicamente el centro conta de un ropero, banco de alimentos y un piso de acogida para mujeres en situación de calle. Todo comienza por la acogida personal en un diálogo para hacer una valoración completa de su situación. La clave, dice la trabajadora social, es adaptarnos a cada situación para poder apoyarla lo más adecuadamente posible. Qué bien lo define una voluntaria: “Esta es una experiencia que te llena mucho el corazón”. “Lo que más llena de orgullo, dice la trabajadora social, es cuando una de esas mujeres consolida su autonomía y puede reemprender una vida normal. Eso ocurre cuando encuentran un empleo y se han restablecido, también emocionalmente. Si empiezan a trabajar, siguen viviendo en la casa para que puedan ahorrar. Una vez que se marchan, tenemos un seguimiento de tres meses para confirmar que ya no nos necesitan”. Algunas colaboran después como voluntarias.
Foto: Jesús G. Feria (Vida Nueva)
Experiencias de este tipo florecen, sin duda, por todo el suelo de España. Unas conocidas o muy conocidas. Otras, sencillas, solo conocidas en su entorno. Unas con más medios o propaganda. Otras, como el Centro San Rafael, dadas a conocer boca a boca. Todas comprometidas en recuperar la dignidad humana de personas que la han perdido o se la han robado.
Esta bella realidad que recojo aquí está en la línea de las organizaciones sencillas y transmitidas por el sistema del ‘boca a boca’. Y la traigo aquí con el solo propósito de difundir humildemente algo de lo mucho de bueno que hay a nuestro alrededor. Esto lo realmente valioso. Pero…
Si me he decidido a comentar esta experiencia, no es precisamente porque sea una excepción o una ‘rara avis’. Las hay, gracias a Dios y a tantos voluntarios y profesionales solidarios -vuelvo a repetir- por todas partes. No solo existen las malas noticias. Aunque es un aspecto no tan bueno alrededor de esta experiencia lo que realmente me ha llevado a escribir este artículo. Para que lo positivo narrado nos lleve, con realismo, a no dejarnos vencer por reacciones negativas que se dan o coexisten alrededor de lo bello de estas acciones de solidaridad con las personas marginadas o desechadas.
Este es el lado triste que no puede anular lo constructivo de la acción y, mucho menos, conducirnos a una actitud que nos paralice o que nos haga pensar que nada sirve. Suena así: “Igual que ha habido una evolución en cuanto a la gente atendida desde que empezamos en los 80, también la ha habido, e igual de grande, entre los habitantes del barrio. Antes eran muchas familias las que se implicaban. Ahora, de hecho, muchos protestan por lo que entienden que es un modo de traer la marginalidad a donde viven… en el fondo, es un reflejo de nuestro tiempo, de una sociedad cada vez más individualista en la que cada uno mira por lo suyo”, dice la hermana Concepción.
¿Verdad que esta actitud nos suena? No es un jarro de agua fría, helada, sobre lo constructivo de tantas y tantas acciones, obras, instituciones, personas, comunidades… comprometidas solidariamente. Se trata de un recuerdo para caminantes para que valoremos más todo lo bello y bueno que hay a nuestro alrededor y no nos dejemos atrapar por reacciones negativas o de rechazo de eso bello y bueno que hace más habitable nuestro entorno y nuestro mundo.