Opinión

Rocío Álvarez

«Seguimos revolucionando el mundo»

3 de marzo de 2020

Este no es el artículo definitivo sobre el 8-M, el Día de la Mujer y sus reivindicaciones. Por supuesto, me gustaría que lo fuera, pero es inútil pretenderlo. Se trata tan solo de un comienzo, de crear un espacio para la reflexión que devenga en la creación de buenas ideas de consenso y constructivas. Qué bien suena, ¿eh? Pero ¡es verdad! Este es el sentido que le otorgo a este texto, tras indagar con interés sincero en las causas reales y fundamentadas de algunas mujeres en relación con la manifestación feminista del 8 de marzo. Luego os cuento cómo lo hice.

Querría abordar tantos aspectos… No se trata de un tema fácil, ha experimentado una evolución desde que surgió ¿podríamos decir con las sufragistas? Este artículo de la BBC nos lo explica. Empezaron pidiendo el voto, y luego llegaron otras reivindicaciones más. Hasta hoy, que seguimos. Me atrevo a decir que este movimiento feminista se ha visto ¿intoxicado? por otros grupos de poder (partidos políticos, lobbies varios…) haciendo suyas unas proclamas que inevitablemente excluyen a determinados grupos de mujeres al no sentirse identificadas. Aquí dejo este primer punto. ¿Cómo lo veis?

Ahora me gustaría seguir con el desencadenante que ha alumbrado este artículo: las tres preguntas que lancé en mis redes sociales: «¿Te sientes oprimida como mujer? ¿Crees que las mujeres de tu entorno lo están? Si te vas a manifestar, ¿Con qué motivo lo vas a hacer?» Me interesaban, y siguen interesando, las razones de las mujeres en asistir o no a la manifestación y cuál es su grado de implicación y sensibilización con la materia. Sin prejuicios ni sentencias por mi parte. Las respuestas no tardaron en llegar: un párrafo, dos, ¡incluso páginas con explicaciones detalladas! Me han respondido mujeres universitarias, profesionales remuneradas y no remuneradas (amas de casa), desde los 20 hasta los 65 años, desempeñando trabajos de poca o alta responsabilidad, de diferentes sectores profesionales, solteras, casadas, con hijos y sin ellos. Seguro que coincides conmigo si te digo que el nuevo rol de la mujer en el siglo XXI es todo un «temazo».

Vamos a entrar en harina. ¿Qué me han dicho estas mujeres? Puedo deciros que el sentir general es que no, no se sienten oprimidas. Más de una puntualiza y dice que la palabra no es opresión, sino discriminación. Los comentarios son de lo más variados:

  • Convencidos: «Creo que la lucha se libra cada día, es el esfuerzo diario de muchos años el que me ha llevado a donde estoy»
  • Eruditos: «Es un movimiento más interesado en la movilización de las masas acríticas que en conseguir para las mujeres auténticas leyes de conciliación»
  • Elevados: «Creo que la femineidad que se desarrolla con la esponsalidad y la maternidad, hace que me libere de las ataduras de ser mujer. No tengo que demostrar a los demás quien soy, solo a mí misma»
  • Seguros: «Las mujeres ya somos importantes sin necesidad de manifestarnos, porque las mujeres seguimos revolucionando el mundo»
  • Sinceros: «Sí me he sentido oprimida en mi trabajo: la presión por la belleza y la juventud solo la sentimos las mujeres; Hay días en las que yo era la única mujer del equipo; He visto cómo compañeros varones sin título se llevaban todo el mérito; Parte de las condiciones precarias en las que ejercía venían impuestas por un hombre sin la titulación del gremio; he visto cómo un hombre sobaba por sistema a las becarias»
  • Reveladores: «El trabajo es un medio, no un fin. Estamos en esta vida para amar y servir a través del trabajo»
  • Agradecidos: «Me siento querida y valorada por los hombres que me rodean»
  • Orgullosos: «Yo quiero ganarme las cosas por mi mérito no por mi sexo»
  • Indignados: «Yo quiero igualdad y respeto entre sexos y no esa caza al hombre como un aquelarre enloquecido y furioso»
  • Reivindicativos: «Las empresas tienen que ponerse las pilas en materia de conciliación».
  • Apenados: «Me siento oprimida porque mi elección laboral no remunerada (ama de casa) produce infravaloración, desprecio, desinterés»
  • Positivos: «Depende de nosotras dar el cambio: educando a nuestros hijos varones con valores de igualdad e inculcando a nuestras hijas que pueden desarrollar los mismos trabajos que un hombre»
  • Líderes: «Es importante que las mujeres cubran puestos directivos y así consigan mejores medidas para todas las personas, en su mayoría mujeres, que se dedican al cuidado de su hogar y familia.»
  • Solidarios: «La mujer blanca y occidental no está oprimida, pero las de países menos desarrollados sí lo están y necesitan que alcemos la voz por ellas»,
  • Armoniosos: «En mi empresa somos, más o menos, mitad hombres y mitad mujeres, sin diferencia de sueldos entre sexos por el mismo trabajo»
  • Electivos: «Lo importante es la libertad. La libertad para elegir si quiero ser madre o si quiero matarme a trabajar y asumir que mi bebé será mi empresa».

Estos son solo unas pinceladas de los comentarios que he recibido y que mejor representan la variedad de argumentos sobre el «temazo» del feminismo. Creo que toda mujer (y hombre) tiene algo que decir al respecto, tenga la edad que tenga, esté soltera, casada, tenga hijos o no y trabaje con remuneración o sin ella. Me gusta decir, con un espíritu optimista, que las mujeres de hoy en día somos una generación bisagra, es decir, de transición y, por ello, los cambios, que son muy importantes, cuestan. Cuestan dolor, discriminación, infravaloración, sobrecarga… Pero son imprescindibles para conseguir esa ¿próxima? armonía en la sociedad ante el nuevo rol de la mujer.

Se ha hablado mucho del tema de los cuidados, es decir, de las personas, en su mayoría mujeres, que se quedan al frente del cuidado del hogar y personas dependientes de su familia, unas veces por elección propia y otras porque se ven irremediablemente abocadas a esta tarea. Me sorprendió un estudio que realizó Intermon Oxfam sobre ‘El trabajo de cuidados y la crisis global de desigualdad’. En él se valora en 10,8 billones de dólares anuales el trabajo de cuidados no remunerado que llevan a cabo mujeres en todo el mundo y critican que 2.153 milmillonarios poseen más riqueza que 4.600 millones de personas, poniendo en evidencia un sistema económico que valora más la riqueza de una élite privilegiada que los miles de millones de horas del esencial trabajo de cuidados no remunerado o mal remunerado que llevan a cabo fundamentalmente mujeres y niñas en todo el mundo.

Esta situación que analiza Intermon me recuerda a aquel lema de Manos Unidas tan escalofriante: «Una de cada tres mujeres de hoy no es como te la imaginas. Ni independiente, ni segura, ni con voz» (2019). Y lo relaciono enseguida con uno de los comentarios reseñados más arriba, proveniente de una universitaria sensibilizada con las causas más necesitadas: «La mujer blanca y occidental no está oprimida, pero las de países menos desarrollados sí lo están y necesitan que alcemos la voz por ellas». Mi duda es si la manifestación del 8 de marzo servirá para ayudar a estas mujeres o quizás lo haría más ponerse en contacto con organizaciones como Manos Unidas. Pero de lo que no dudo es de la pureza de corazón de esta chica que cree verdaderamente que aporta su grano de arena de esta manera.

Como colofón, me gustaría aportar una última perspectiva, la de la familia. Cuando una mujer, concretemos y digamos española, se enfrenta al mundo del trabajo siendo soltera creo que es difícil hablar de brecha o discriminación por sexo. En general las mujeres bien preparadas pueden acceder a los mismos puestos que un hombre y cobrar lo mismo por el mismo trabajo. Los conflictos llegarán cuando sea necesario conciliar el trabajo con la familia. Y es aquí cuando la tensión es palpable. Mi opinión al respecto es que lo primero es la familia y lo demás ha de supeditarse y, en segundo lugar, que cada familia ha de buscar su propio equilibrio mientras las medidas sociales contribuyen a alcanzar la armonía en todas las esferas.

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