Se que escribir sobre el Congreso de Laicos hoy, no es una novedad. Se ha hablado y escrito mucho de esto, pero quiero dar mi punto de vista desde mi vivencia como congresista normal y corriente; de base, podría decirse. Como laica que se siente Pueblo de Dios porque está bautizada y porque pretende seguir las huellas de Jesucristo.
En primer lugar, quiero felicitar a todo el equipo por su impecable trabajo de organización. Se que fueron muchas las personas implicadas en que todo estuviera perfecto para el buen desarrollo del Congreso, y tengo que decir que, por mi parte, lo consiguieron. Y, por su cercanía, a los delegados de Apostolado Seglar de Aragón. No creo que sea muy sencillo coordinar las seis diócesis que hay en nuestra tierra. Sin embargo, desde el momento de subir al autobús se fue desarrollando todo de la mejor manera. Si había alguna dificultad, enseguida estaban prontos a solucionarla, tanto en el viaje como en el alojamiento. También considero enriquecedor el hecho de ir juntos en todo momento y acompañados por D. Vicente Giménez, Arzobispo de Zaragoza. Bueno, en todo momento no, porque cada uno de nosotros habíamos elegido un Itinerario y una Línea Temática donde trabajar.
Los Itinerarios Primer Anuncio, Acompañamiento, Procesos Formativos y Presencia Pública tenían un ponente que nos daba una visión global del tema, pero después seguían las diferentes Líneas Temáticas con su exposición de experiencias y diálogo entre los asistentes a la Línea Temática que habíamos escogido, para después pasar a responder a las tres preguntas que serán la base para seguir caminando en el Post-Congreso.
A pesar de que iba con un sentimiento de escepticismo, tengo que reconocer que lo viví como una gran y rica experiencia. Tanto en los contenidos como en el trabajo por grupos y muy especialmente en su organización, empezando por la acreditación que ya estaba personalizada y en la que estaban indicados los Itinerarios que había elegido (uno por la mañana y otro por la tarde), y las Líneas Temáticas, también elegidas con anterioridad; el lugar de las ponencias, el de los grupos, el de las celebraciones y el de las comidas. Todo esto en la tarjeta de acreditación. También estaba en la mochila el “Cuaderno del Congresista” con los horarios, las indicaciones para los Itinerarios y las Líneas temáticas y otras indicaciones muy importantes para el buen desarrollo, las oraciones, las celebraciones y al final, varias páginas en blanco para tomar notas. Cosa que valoro muy positivamente ya que queda todo unificado en el Cuaderno del Congresista. Nos servirá de mucha ayuda a la hora de repasar lo vivido estos tres días.
Las celebraciones fueron muy vivas, especialmente me gustó la del domingo. Fue emocionante que nos acompañaran tantos obispos; las mitras en la procesión de entrada y en la de salida parecía que no iban a tener fin. Y el coro que imprimió gran ritmo a las canciones “de siempre”, animó y alegró el corazón de los que participamos. Ver tantos rostros sonrientes y animados a participar de la misión que tenemos los laicos de ser sal y luz en nuestros ambientes, me hizo sentir feliz y agradecida a Dios por haberme dado la oportunidad de vivir este Congreso; de confirmarme que nos soy una “cristiana de segunda”; de sentir el reconocimiento y el apoyo de nuestros pastores y de sentir este Congreso como un renovado Pentecostés.
El Congreso terminó, pero no nuestra tarea. Vamos a esperar las orientaciones del post-Congreso para ponernos a trabajar. Seguramente el equipo que lo preparó tiene todavía mucho trabajo por delante, pero es un gran equipo y estoy convencida que habrá recogido muy exhaustivamente las respuestas que desde todos los grupos aportamos. Ese renovado Pentecostés tenemos que hacerlo realidad en nuestra vida, porque si no, no habría tenido sentido todo este esfuerzo.
Un gran agradecimiento por mi parte a todos los implicados en este importante acontecimiento eclesial.
