Estamos todos preocupados, y con razón, con el tema del coronavirus. Cuando escribo son más de 1.000 los muertos y superan los 43.000 los infectados. Se están tomando medidas necesarias y exigentes para que no se propague. Se emplean todos los medios al alcance de nuestra sociedad desarrollada y enriquecida. Porque se trata de una situación que se está dando en esta sociedad nuestra. Incluso en lujosos barcos de cruceros. Y se han montado hospitales en 15 días. Todo está muy bien para eliminar esa epidemia. Se impone gastar todo lo que haga falta. Porque es necesario hacer lo posible para sanar a los enfermos y erradicar el virus. Nadie lo pone en duda.
Acabamos de celebrar la Campaña contra el Hambre de Manos Unidas. Muchos hemos participado en diversas iniciativas y celebraciones con este motivo. Incluso hemos sido generosos en nuestra aportación económica. Bien hecho.
No intento, ni quiero, ni debo, ni sería justo ni inteligente, comparar las dos situaciones ni criticar todo lo que se está haciendo para derrotar al virus mientras millones de personas viven o mueren de hambre. Para populismos demagógicos ya tenemos bastante en otros ámbitos de nuestra sociedad.
Pero sí que podemos reflexionar sobre esta situación. Sin olvidar que, además, nos rodean un montón de situaciones de injusticia lejos de nosotros que también están pidiendo y exigiendo una solución. Por ejemplo, enfermedades graves y mortales en países empobrecidos, por ejemplo, en África (el olvidado, aunque activo, ébola, por ejemplo), o en América del Sur (el dengue, entre otros). En estos países se sigue muriendo también de enfermedades fácilmente curables, por falta de medicinas. También cerca de nosotros, como la pobreza y marginación que se da en zonas y ciudades de España. Son realidades que hay que atender sin olvidar la urgencia de acabar con el hambre en el mundo. Hay en el mundo para todos si ponemos a la persona humana en el centro y no al dinero y las finanzas de los países enriquecidos o de los dueños del capital.
El hecho del virus nos pone nerviosos. Hemos visto escenas y reacciones realmente lamentables en los noticiarios televisivos. Incluso rechazo a hermanos chinos en España y en otras naciones e incluso insultos a niños chinos en colegios y otros ambientes. Lamentable.
La preocupación y el esfuerzo necesario, en todos los aspectos, contra el coronavirus no nos debe hacer olvidar que “en este momento está ocurriendo en el mundo algo mucho más grave, que, a quienes vivimos en países desarrollados, no nos importa, ni nos preocupa, como ocurre con el “coronavirus”. Por la sencilla razón de que quienes manejamos o nos beneficiamos de la riqueza, en el mundo poderoso y rico, sabemos de sobra que, de hambre no nos vamos a morir. Esto es un hecho, sea cual sea la explicación que cada cual tenga para justificar o soportar lo que está pasando en este orden de cosas”. (José María Castillo. Religión Digital. 5 febrero 2020)
El hambre en el mundo “es un hecho que se sabe y nadie pone en duda. A saber, cada día mueren de hambre 8.500 niños. Los organismos internacionales, que dependen de Naciones Unidas, así lo afirman y nos garantizan que es verdad”. (Ibidem)
En esta situación, de nuevo nos ayudan a discernir las palabras del Papa Francisco. En esta ocasión, dirigidas a los participantes en el seminario Nuevas Formas de Solidaridad el pasado 5 de febrero: “El mundo es rico y, sin embargo, los pobres aumentan a nuestro alrededor. […] cientos de millones de personas aún están sumidas en la pobreza extrema y carecen de alimentos, vivienda, atención médica, escuelas, electricidad, agua potable y servicios de saneamiento adecuados e indispensables. Se calcula que aproximadamente cinco millones de niños menores de 5 años morirán este año a causa de la pobreza. Otros 260 millones, de niños, carecerán de educación debido a falta de recursos, debido a las guerras y las migraciones. Esto en un mundo rico, porque el mundo es rico”. […] Estas realidades no deben ser motivo de desesperación, no, sino de acción. Son realidades que nos mueven a que hagamos algo. […] El principal mensaje de esperanza que quiero compartir con ustedes es precisamente este: se trata de problemas solucionables y no de ausencia de recursos. No existe un determinismo que nos condene a la inequidad universal. Permítanme repetirlo: no estamos condenados a la inequidad universal. […] Se nos pide capacidad para dejarnos interpelar, para dejar caer las escamas de los ojos y ver con una nueva luz estas realidades, una luz que nos mueva a la acción. […] Nos toca ser conscientes de que todos somos responsables. Esto no quiere decir que todos somos culpables, no; todos somos responsables para hacer algo”.
Me quedo, para terminar, con estas afirmaciones. Que existe algo mucho más grave que otras realidades: el hambre. Que tenemos recursos en la creación para caminar hacia soluciones justas en todos los problemas que nos rodean o que creamos. Que necesitamos dejarnos interpelar por estas situaciones para hacerles frente y colaborar con quienes trabajan solidariamente para superarlas. Que no nos dejemos vencer por el egoísmo porque sabemos de sobra que, en nuestra situación, de hambre no nos vamos a morir. Como el hambre no nos amenaza personalmente ni en nuestro entorno, se queda como una realidad lejana que no vemos ni sentimos.