Leí, hace casi un mes, un artículo que me sorprendió muy gratamente a la vez que, todo hay que decirlo, casi no me lo creí. Pero gana la sensación positiva que me produjo su lectura y la reflexión a la que, sin duda, conduce el artículo. Es tan sugerente y tan esperanzador el artículo que me voy a limitar a recoger sus principales ideas. Simplemente para extenderlas un poco. Para ayudar, si alguien me lee, a que el consumismo, como dice el artículo, siga dando “señales de crisis”.
Dice así un párrafo: “Una nueva cultura de la austeridad crece entre los jóvenes, entre los que el consumismo superfluo y ostentoso empieza a estar mal visto”.[1]
La autora comienza diciendo que “una nueva cultura de la austeridad crece entre los jóvenes, que por convicción o por hacer de la necesidad virtud, piensan que no necesitan tantas cosas y evitan comprar por encima de un precio determinado porque lo consideran inmoral”. Una buena noticia que crezca entre los jóvenes el deseo de austeridad y sencillez.
Ciertamente, no necesitamos tantas cosas para vivir. Aceptar esta manera de pensar y ponerla en obra “por convicción”, nos conduce a una vida más libre, más auténtica, más austera. No estar centrados en las cosas, en el tener cuanto más mejor, sino en vivir como seres humanos, nos hace más libres, más auténticos, sin añadidos externos y superfluos. Somos nosotros mismos y no lo que aparentamos o tenemos. Y nos permite disfrutar de lo más bello de la vida que, además, es gratuito: la naturaleza, la amistad, la familia, el descanso, la bondad… ¡De cuántas cosas podemos prescindir todos y de cuántas podemos disfrutar más de lo que lo hacemos!
No necesitar ‘tanto’ y gastar razonablemente, segundo aspecto. No gastar demasiado, ni buscar ‘lo más caro’ es una opción ética en un mundo de injusticia, de inequidad, de pobreza. ¡Qué bueno calificar de ‘inmoral’ todo gasto superfluo, innecesario o buscar lo más caro! Toda una actitud ‘a pie de calle’, vivida en lo ordinario y sencillo de la vida
Con estas dos actitudes tan razonables, el artículo nos presenta muy sencillamente algo de la “cultura de la austeridad”. Frente a la cultura del despilfarro, de la abundancia, del desperdicio…
“Hubo un tiempo, no hace tanto, en que los niños pedían marcas caras. Incluidos los niños de familias que no podían comprarlas. Ahora, la cultura de comprar por comprar está en cuestión y algo novedoso: el lujo comienza a estar mal visto incluso entre quienes pueden permitírselo”. Este es el camino a potenciar y a amar, aunque la obsesión por comprar (véase las rebajas) sea noticia en los medios de comunicación y no lo sea con igual o más fuerza la existencia de movimientos y compromisos de austeridad que son los que realmente potencian la sostenibilidad de nuestra casa común.
Esta conclusión de que el consumismo empieza a estar en crisis, la deduce nuestra articulista del estudio realizado por un equipo de la Universidad de Harvard. “Esta sorprendente investigación… muestra que cada vez hay más gente que se avergüenza de lucir objetos de lujo e incluso se siente molesta en presencia de ellos”.
El estudio recoge algunas de las razones por las que el consumismo decrece. Razones sociales más que de convicción ética. Veamos algunas:
– “El consumo de lujo puede ser en ciertos medios un arma de doble filo: si bien puede ser signo de estatus y éxito social, también puede provocar rechazo y generar en quien lo exhibe una sensación de impostura, de falta de autenticidad, que acaba minando su propia seguridad. Como si estuviera exhibiendo un privilegio indebido”.
– “Cuando tanta gente lo pasa mal… hacer ostentación de lujo puede ser visto como una declaración de indiferencia. Hacia los demás y hacia los recursos limitados del planeta”.
– “Y parece que la actitud ante el lujo y en general, ante el consumo, está cambiando en la extensa clase media y especialmente entre los jóvenes, que saben que todo es muy volátil y ya han comprobado que aparentar no les va a quitar el miedo a un futuro que perciben incierto”.
Ahí tenemos, pues, dos tipos de razones para frenar el consumismo, la obsesión por tener, usar y tirar.
Razones éticas, basadas en la dignidad humana, en vivir más libremente, en la solidaridad con los empobrecidos, en el amor y cuidado de la naturaleza… estas razones hacen que el consumismo sea indecente, inmoral.
Razones sociales: rechazo de la ostentación por la sociedad; vergüenza por un privilegio indebido; el miedo al futuro; los recursos limitados de la naturaleza… estas razones convierten al consumismo en algo irracional porque va directamente contra el bien común y contra el futuro del planeta.
Y termino con este pensamiento de Antonio Muñoz Molina: “Despilfarrar en caprichos inútiles y en lujos de consumo los bienes elementales que hacen posible la vida humana sobre la tierra, es irracional y es indecente. Y, sin la menor duda, los cambios más radicales no serán los que hagamos voluntariamente, sino los que nos serán impuestos a la fuerza por las circunstancias”[2]. Que la parte final no se cumpla y vayamos cambiando voluntariamente y por razones éticas.
[1] El síndrome del impostor. MILAGROS PÉREZ OLIVA. EL PAÍS – 30 diciembre 19
[2] EL PAÍS. 1 enero 2020