Se acerca la Navidad, tiempo de amor, paz y alegría.
Todos la deseamos y también, la tememos por el tsunami familiar y de celebraciones que se nos viene encima.
Motivos para la celebración no nos faltan: todo un Dios se hace hombre para salvarnos.
Y son esas celebraciones las que se convierten, en ocasiones, en fuentes de conflicto.
La organización de la cena de Nochebuena, las comidas de Navidad y Reyes, la llegada de la familia extensa con los variopintos cuñados y suegros, puede parecernos una losa.
Y para que las cosas no nos hagan perder la esencia de los días tan importantes que vivimos, debemos planificarlas con tiempo y hacer un alarde de imaginación de las situaciones que se nos van a presentar para tener el antídoto preparado.
Ante la mayor carga de trabajo y cambio radical de rutinas, es necesaria la implicación de toda la familia.
Los hijos son pieza clave para que todos disfrutemos. Un reparto de tareas puede estar bien, pero lo mejor es incidir en la actitud de todos los miembros de la familia, que debe de ser de servicio. Las celebraciones las preparamos entre todos.
Planificar el presupuesto de gasto evitará discusiones y sustos en enero. Ahí, incluiremos la partida de los que no tienen, para que también ellos puedan celebrar dignamente la Navidad.
Los regalos entre familiares, si son pensados, son más baratos y acertados que si salimos a comprar a lo loco. En ese «pensar» intentaremos no dar munición a nuestros hijos para la guerra. Según la edad, móviles y demás dispositivos están fuera de lugar. Si no, nos tendremos que atener después a las consecuencias.
Y por último, hagamos del encuentro familiar algo provechoso y aprendamos a reírnos de las situaciones que seguro se darán.
Vendrá el cuñado sabelotodo, la nuera que dá lecciones y la suegra entrometida. Sortear con habilidad ciertas pullas, tirar por elevación o, simplemente, cambiar de tema con elegancia nos permitirá mantener el equilibrio inestable del encuentro.
De nada serviría tanto esfuerzo y preparativo si no estamos a lo esencial, a lo que celebramos y no somos capaces de vivirlo con la paz y alegría que la ocasión merece.