La Cumbre del Clima de la ONU –la conocida como COP25–, que se está celebrando en Madrid del 2 al 13 de este mes, da para mucho. Bienvenida sea esta Cumbre sobre el clima. Como las que ha habido y las que se celebrarán. Y ojalá sean realmente eficaces. Muy bienvenida también la gran manifestación del día 6, por encima de manipulaciones políticas y de personalismos.
“La existencia de leyes y normas no es suficiente a largo plazo para limitar los malos comportamientos, aun cuando exista un control efectivo. Para que la norma jurídica produzca efectos importantes y duraderos, es necesario que la mayor parte de los miembros de la sociedad la haya aceptado a partir de motivaciones adecuadas, y que reaccione desde una transformación personal. Sólo a partir del cultivo de sólidas virtudes es posible la donación de sí en un compromiso ecológico. Si una persona, aunque la propia economía le permita consumir y gastar más, habitualmente se abriga un poco en lugar de encender la calefacción, se supone que ha incorporado convicciones y sentimientos favorables al cuidado del ambiente”. (Francisco. Laudato si’, -LS- n° 211)
En este texto, encontramos relacionados las leyes, la conversión ecológica personal y un ejemplo concreto de acción ecológica.
Esperamos y, sin duda, deseamos todos que de esta Cumbre salgan compromisos serios que puedan convertirse en leyes o decisiones en los diferentes países presentes en ella. Pero, sin una verdadera motivación y una transformación personal, de poco valdrán, aunque sean más que necesarias, leyes y sanciones en favor del cambio climático.
“No se trata de hablar tanto de ideas, sino sobre todo de las motivaciones que surgen de la espiritualidad para alimentar una pasión por el cuidado del mundo. Porque no será posible comprometerse en cosas grandes sólo con doctrinas sin una mística que nos anime, sin unos móviles interiores que impulsan, motivan, alientan y dan sentido a la acción personal y comunitaria” (LS 216). Sin esta convicción personal, es difícil que las leyes sean aceptadas. Sin una pasión de las personas por el cuidado del mundo.
Partiendo de esta base, encuentra sentido la propuesta de la Iglesia del llamado “pecado ecológico” o “ecocidio”. Hecha la afirmación positiva de la necesidad de la espiritualidad ecológica, de la pasión por el cuidado del mundo, el pecado ecológico se convierte en llanada de atención, en una consecuencia, no en el centro de la reflexión, ni en una propuesta negativa. Porque “tenemos que reconocer que no siempre los cristianos hemos recogido y desarrollado las riquezas que Dios ha dado a la Iglesia, donde la espiritualidad no está desconectada del propio cuerpo ni de la naturaleza o de las realidades de este mundo, sino que se vive con ellas y en ellas, en comunión con todo lo que nos rodea” (LS 216).
“Proponemos definir el pecado ecológico como una acción u omisión contra Dios, contra el prójimo, la comunidad y el ambiente. Es un pecado contra las futuras generaciones y se manifiesta en actos y hábitos de contaminación y destrucción de la armonía del ambiente, transgresiones contra los principios de interdependencia y la ruptura de las redes de solidaridad entre las criaturas y contra la virtud de la justicia”. Así nos presenta el pecado ecológico el Documento Final del Sínodo sobre la Amazonía, celebrado el pasado mes de octubre en el Vaticano.
Algo en lo que hay un consenso universal es la relación entre la naturaleza y la persona humana. Todo está interrelacionado. Si maltratamos la creación, la naturaleza, maltratamos a la persona. Hablar de pecado ecológico ayuda a que tomemos conciencia de que, por ejemplo, el consumo excesivo, la explotación irracional de los recursos naturales solo para ganar dinero, el no reciclar ni separar residuos, etc.… es pecado contra la naturaleza y contra la persona y, por tanto, contra Dios.
“Un sentido elemental de la justicia requeriría que ciertas conductas, de las que las empresas suelen ser responsables, no queden impunes. En particular, todas aquellas que pueden ser consideradas como “ecocidio”: la contaminación masiva del aire, de los recursos de la tierra y del agua, la destrucción a gran escala de flora y fauna, y cualquier acción capaz de producir un desastre ecológico o destruir un ecosistema. Nosotros debemos introducir ?lo estamos pensando? en el Catecismo de la Iglesia Católica el pecado contra la ecología, el pecado ecológico contra la casa común, porque es un deber”. (FRANCISCO. Al Congreso Mundial de la Asociación Internacional de Derecho Penal. 15 noviembre 2019).
“Es hora de actuar”, sin duda. Pero este actuar no será duradero ni consistente sin una actitud interior, sin una convicción personal, sin una conversión ecológica, desde el corazón. Y, desde ahí, será más fácil comenzar, por ejemplo, a separar nuestras basuras y depositarlas en sus respectivos contenedores.
Estuvimos los católicos en la manifestación del 6 de diciembre. Mezclados entre todos, la gran mayoría. También detrás de la pancarta ‘Católicos por el cuidado de la casa común’ con la que decenas de colectivos de Iglesia se sumaban a la manifestación convocada en Madrid para exigir a los líderes del mundo, reunidos en la COP25 «hechos, y no palabras». Comenzando con nuestro compromiso personal ‘a pie de calle’.