Opinión

José Manuel Murgoitio

Transparencia y buen gobierno

11 de octubre de 2019

El pasado cinco de abril, el Arzobispo de Zaragoza promulgó las Normas de Funcionamiento de la Oficia de Transparencia Diocesana. Puede parecer que este tipo de cuestiones nada tienen que ver, no ya con nuestro quehacer cotidiano, sino con nuestro compromiso como cristianos en medio de la sociedad. Sin embargo, en los momentos actuales, que, como Iglesia, seamos capaces de dar razón del uso de nuestro patrimonio y, sobre todo, de la disposición de los bienes que se nos entregan para el cumplimiento de sus fines, tiene trascendental importancia no solo para la confianza y credibilidad de aquella, sino para el cumplimiento de su propia misión.
Las citadas normas obligan en los términos que contienen a las entidades canónicas públicas y privadas (en el supuesto previsto en la norma), sujetas al Arzobispo de Zaragoza y la Oficina que se crea constituye un instrumento al servicio de éste en el ejercicio de su potestad de régimen (CIC c. 1276).
Hay quien podría pensar que esto de la “contabilidad” y la religión son cuestiones que nada tienen que ver entre sí, tal vez por la poca “espiritualidad” de la primera, por decirlo de algún modo. Pero nada más lejos de la realidad.
Ser transparente significa dejar pasar la luz. Un objeto transparente deja ver lo que está detrás de él. Lo contrario significa opacidad, oscuridad y entronca con el engaño y la desconfianza. Una Iglesia transparente en la gestión de sus bienes, indispensables para el cumplimiento de su misión, es imprescindible para no ocultar la verdad sobre su misión más profunda, evitar ser piedra de escándalo y permitir rendir cuentas ante los fieles y la sociedad en su conjunto.
Sin transparencia no es posible la rendición de cuentas. La transparencia implica que cada actividad de la Iglesia es capaz de reflejar, sin distracciones, la misión que le es propia. Por ello, la transparencia interesa en primer lugar a la Iglesia y a quienes nos sentimos parte de ella, porque no se hace primordialmente para los otros, sino para nosotros mismos. De este modo, la transparencia “responde a la verdad más profunda de la propia organización y, en concreto, a su misión y, por lo tanto, todas sus acciones deben reflejarla“ (Zalbidea, D. La rendición de cuentas en el ordenamiento canónico: transparencia y misión, p.110).
La transparencia y la rendición de cuentas son una exigencia del principio de comunión en el seno de la Iglesia; ayudan a generar corresponsabilidad, confianza en los fieles y en la sociedad y, muy especialmente, constituyen una ayuda fundamental para identificar la misión de la Iglesia en el mundo actual más allá de las obligaciones legales de suministrar información económica a las autoridades civiles.

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