SALMO 46
2 Dios es nuestro refugio y nuestra fuerza, poderoso defensor en el peligro.
3 Por eso no tememos aunque tiemble la tierra, y los montes se desplomen en el mar.
4 Que hiervan y bramen sus olas, que sacudan a los montes con su furia:
5 El Señor de los Ejércitos está con nosotros, nuestro alcázar es el Dios de Jacob.
El correr de las acequias alegra la ciudad de Dios, el Altísimo consagra su morada.
6 Teniendo a Dios en medio, no vacila, Dios la socorre al despuntar la aurora.
7 Los pueblos se amotinan, los reyes se rebelan:
pero él lanza su trueno y se tambalea la tierra.
8 El Señor de los Ejércitos está con nosotros, nuestro alcázar es el Dios de Jacob.
9 Venid a ver las obras del Señor, las maravillas que hace en la tierra:
10 pone fin a la guerra hasta el extremo del orbe, rompe los arcos,
quiebra las lanzas, prende fuego a los escudos.
11 «Rendíos, reconoced que yo soy Dios:
más alto que los pueblos, más alto que la tierra».
12 El Señor de los Ejércitos está con nosotros, nuestro alcázar es e! Dios de Jacob.
INTRODUCCIÓN.
Este salmo, como dice Gunkel, forma parte de los llamados «cánticos de Sion”. Su característica consiste en proclamar la grandeza de Yavé en Sión, como afirmación de poder protector de Dios presente en Sión y gozo del favor de aquellos que se unen espiritualmente a ella.
Es un salmo muy querido para los especialistas, los cuales hablan de las “obras maestras del salterio”: «El salmista es un cantor y un poeta de envergadura” (Deissler); «Salmo de la fe intrépida» (E. Osty); «Expresión de una fe heroica» (Jacques).
«El poema es de una fuerza aplastante. Juega con las montañas y océanos; con los ejércitos en lucha y con las naciones que van a agredir; establece sobre todo lo que está removido por la tempestad, la fuerza tranquila de la confianza» (Brillet).
Posible referencia histórica (Bortolini).
“En el año 701 Senaquerib, general asirio, tuvo que levantar el cerco que había puesto sobre Jerusalén. Había sometido la ciudad a asedio con esperanza de que, por falta de agua, se rindiera la ciudad. El rey de Judá, Ezequias, previendo esto, emprendió una obra de ingeniería. Mandó excavar un túnel para conducir al interior de la ciudad las aguas de la fuente Guijón, que estaba fuera de sus muros. Se hizo cubrir la superficie de la fuente. El túnel pasaba por debajo de las murallas de Jerusalén, llevando las aguas hacia una gran cisterna que se llamó la piscina de Exequias (2Re. 19,20).
Los sirios esperaban de un momento a otro la rendición de la ciudad. Pero Jerusalén continuó con su vida normal, con agua suficiente para beber y para los sacrificios del Templo. La peste acabó con la vida de muchos miembros del ejército sirio, lo que obligó a Senaquerib a regresar a su tierra para no perder el resto de sus soldados e incluso su propia vida (2Re. 19,35; Is 17,14). Al día siguiente, al despertarse, los habitantes de Jerusalén encendieron una gigantesca hoguera en las que quemaron todas las armas. El pueblo atribuye lo sucedido a la acción del Señor que extiende su poder hasta los confines del mundo (9-11”)
“Hasta aquí el acontecimiento histórico, pero la simbología es tan grandiosa que nos permite dar al salmo una dimensión meta-histórica. El horizonte litúrgico es cósmico, la esperanza tiene dimensiones escatológicas. En la liberación presente se entrevé una liberación definitiva” (Ángel Aparicio).
El salmo se puede dividir en tres partes:
1.-Dios, refugio y fortaleza en el cataclismo cósmico (v. 2-4)
2.- Dios, refugio en el cataclismo bélico (v. 5-8)
3.- Señorío divino en la naturaleza y en la historia (v. 9-12)
REFLEXIÓN-EXPLICACIÓN DEL MENSAJE PRINCIPAL
1.-dios, refugio y fortaleza en el cataclismo cósmico (v. 2-4)
DIOS VENCE TODOS LOS MIEDOS.
La tierra, que está firmemente fundada por Dios, en un momento se siente trastocada y como contagiada por la movilidad y agitación de las aguas oceánicas. Hay una especie de asalto cósmico contra la estabilidad de la tierra. El mar desata toda su soberbia y quiere engullir a la tierra. Esta se tambalea… Hay, pues, un agua demoledora y destructiva. La tierra, como en el diluvio, viene a un estado caótico. Mientras tanto, ¿qué hace el salmista? Su primer sentimiento lo expresa el estribillo: «Nuestro alcázar es el Dios de Jacob». No hay miedo, ni angustia, ni zozobra. Hay una fe inquebrantable en Dios.
Hay una diferencia abismal entre la impasibilidad del estoicismo y la confianza del creyente, dice muy bien Gasnier. El primero -frágil caña- no puede apoyarse sino sobre sí mismo. El creyente -frágil caña también- precisamente porque no se apoya en sí mismo sino en el Todopoderoso, tiene razón para mantener su calma ante los cataclismos, porque sabe que sólo Dios puede triunfar.
2.- Dios, refugio en el cataclismo bélico (v. 5-8)
“El río de Dios lleva agua paradisíaca: es fecunda y lleva rumor a fiesta”
Notemos que Jerusalén no tiene río. Existe la fuente de Guihón y el canal de Ezequías. Frente a esta realidad, las grandes ciudades del Oriente próximo están rodeadas de ríos: Egipto, el Nilo; Nínive y Babilonia los grandes y profundos ríos del Tigris y Eufrates, símbolo del poder asirio. En Jerusalén no hay defensa de agua. Aquí la ciudad no tiene dimensión geográfica. Se trata de reminiscencias paradisíacas (Is 33,21): «En aquel día brotarán aguas vivas de Jerusalén. La mitad de ellas hacia el mar oriental y la otra mitad hacia el mar Occidental; correrán en verano e invierno» (Zaq 14,8). En la visión de los profetas, Jerusalén no tendrá aguas tumultuosas, sino aguas apacibles y fecundadoras. Aguas que alegran y festejan la ciudad.Los habitantes no sólo no tendrán miedo, sino que sabrán hacer fiesta. Y ésa es una de las características de Dios: quitar el miedo e invitar a la alegría de vivir.
Aquí, de nuevo, sale el mismo estribillo, pero se carga de un elemento sugestivo: el rumor festivo y atrayente de las acequias.
«Al despuntar la aurora»… Normalmente éste es un tiempo de oración. Pero aquí indica la prontitud, es decir, la noche se desvanece con sus peligros apenas clarea la mañana. Hay una victoria de Yavé sobre el caos primitivo representado por las tinieblas. La aurora es símbolo del favor de Dios. En correspondencia con la lucha mítica con el océano, figura aquí la lucha histórica del poder hostil a Dios. El simple trueno rechaza la agresión.
3.- Señorío divino en la naturaleza y en la historia (v. 9-12)
Dios quiere la paz y no la guerra.
«Venid a ver»… Dios obra en la historia. Hay una invitación a ver, a contemplar esas maravillas de Dios para poder cantarlas. «Al ver los israelitas el gran poder que el Señor había desplegado contra Egipto, mostraron reverencia ante el Señor y tuvieron confianza en él y en su siervo Moisés». «Pone fin a la guerra»… El Dios vencedor en la historia no produce, como los vencedores humanos, opresión y tiranía, sino paz y libertad. Dios no sólo vence al enemigo. Dios vence la guerra. A Dios se le define en el salmo de esta manera: “El quebrantador de guerras». Dios vence la guerra, destruye las mismas armas. No sólo las armas de los enemigos, sino todas las armas. Su finalidad es poner fin a la guerra, a todas las guerras. «Toda calzada de guerra estrepitosa, todo manto manchado en sangre será pasto de las llamas» (Is 9,4). El salmista evoca los tiempos mesiánicos en los que: «convertirán sus espadas en arados, sus lanzas en podaderas. No alzará la espada nación contra nación, ni se prepararán más para la guerra» (Is 2,4).
Igual que había una invitación a los fieles para que contemplaran las obras tan maravillosas que Dios había hecho en la creación y en la historia, ahora hay un mandato a los agresores para que se rindan.
“Rendíos” Una vez que Dios quiere la paz y desea aniquilar la guerra, el agresor debe abandonar las armas, debe cesar de combatir y hacer el mal. Lo primero que hace Dios es vencer la guerra, sin mencionar a vencedores ni a vencidos; a ejércitos ni capitanes, tan sólo las armas. Toda la monstruosa maquinaria bélica que el hombre inventa para destruir a sus semejantes será destruida por la acción de Dios.
Hay una soberanía de Dios sobre los pueblos. «Las naciones son como una gota en un cubo, como un grano de arena en la balanza; las islas pesan como tenue polvo… Nada son los pueblos ante él, los considera como vacío y nada» (Is 40,15.17).
Con todo, la guerra siempre será una amenaza porque no sólo depende de los buenos deseos de Dios, sino de la libertad del hombre. Y ésta será siempre respetada por Dios. El corazón del hombre tiene una sola llave y el hombre la maneja desde dentro. El salmo se sitúa más allá de la realidad histórica de la humanidad, Jerusalén debe ser siempre una ciudad-sueño. Debemos pensar en Jerusalén como el lugar sagrado donde Dios se ha hecho presente de un modo especial. Y la victoria de Cristo sobre la muerte ya está definitivamente lograda. Y puesto que este salmo tiene una visión escatológica, siempre podremos poner los ojos en la Jerusalén celeste: “Vi la Ciudad Santa, la nueva Jerusalén, bajando del cielo, de Dios, preparada como novia que se engalana para el novio” (Ap. 21,2)
TRASPOSICIÓN CRISTIANA.
Los judíos ponían la seguridad en el Templo. Por eso decían: ¡Templo de Yahvé! ¡Templo de Yahvé! ¡El Templo de Yahvé! (Jer. 7,4). Pero no se daban cuenta de que la seguridad no estaba en el Templo, sino en el Señor del Templo. Las instituciones humanas, las instituciones eclesiásticas, pueden dar seguridades, pero no SEGURIDAD. La seguridad la da Jesucristo Resucitado.
«Aunque veamos revolverse todo, una turbación insoportable, sucesos que nunca habían sucedido, la entera creación reventando, los montes agitados, todo descuajado de sus fundamentos, los elementos trastocados… no temeremos» (San Juan Crisóstomo).
ACTUALIZACIÓN.
El Papa San Juan Pablo II que hizo más de 100 viajes en su pontificado, decía que en todas las naciones del mundo hay un grito unánime: LA PAZ. Este deseo de paz es un magnífico espectáculo que debemos contemplar cada día. Ya nadie se entrenará para la guerra. “Es el sueño de los profetas”.
En algunas naciones, también en España, se ha suprimido el “servicio militar obligatorio”. Es un avance que unos jóvenes, llenos de vida, no se vean obligados a aprender a matar a otros hombres, hermanos suyos. Es un avance que los “servicios militares” sean sustituidos por “servicios sociales”.
“De las espadas se forjarán arados y de las lanzas podaderas” (Is. 2,4). Este bello sueño de Isaías está grabado en la O.N.U. Pero la realidad es tozuda. Y, muchas veces, hay que decir con el poeta: “Y los sueños, sueños son”. (Calderón de la Barca). Pero debemos tener presente que Dios no quiere la guerra, que Dios quiere la paz.
PREGUNTAS
1.- ¿Dónde pongo yo normalmente mi confianza?
2.-Mi grupo, mi comunidad cristiana, ¿están regados por la acequia de Dios? ¿Percibo en ellos un clima de paz, serenidad, gozo profundo?
- El salmista invita a todos a ver las obras que Dios hace en él. ¿Podría yo hacer esta misma invitación a los demás?
ORACIÓN
«Dios es nuestro refugio… no tememos aunque tiemble la tierra»
Muchas veces, Señor, me encuentro en peligro y siento miedo. Como sentía miedo Pedro en el lago al comprobar que la barca se tambaleaba y estaba a punto de hundirse. En este salmo yo aprendo a no tener miedo aunque tiemble la tierra y se hunda el mundo. El salmista no es ni un estoico ni un arrogante. Se siente refugiado en Ti, apoyado en Ti, sostenido por tus fuertes y poderosos brazos. Dame esa fe arriesgada e intrépida.
«El correr de las acequias alegra la ciudad de Dios»
Frente a las olas encrespadas y turbulentas del mar yo quiero navegar tranquilo en el manso y dulce río de tu amor. Déjame descansar ahí y disfrutar del murmullo del agua y de su suave canto. Que el vivir contigo sea para mí una delicia y una fiesta.
«Pon fin a la guerra.
Señor, te doy gracias porque eres un Dios de paz. Me encanta la definición que da de Ti el libro de Judit: «el quebrantador de guerras». Destruye, Señor, no sólo las armas externas, sino también las interiores que anidan en el corazón: el odio, el enojo, la ira, la venganza. Haz, Señor, de mí un instrumento de tu paz.
«Rendíos, reconoced que yo soy Dios»
Quiero rendir mi alma a tus pies. Como se rinden las flores al sol de la tarde; como se rinde el día en brazos de la noche; como se rinde el niño cansado y fatigado en el regazo de su mamá. Quiero hacer de mi sueño el acto habitual de adoración en esta vida terrena y quiero hacer de mi muerte el supremo acto de adoración que me prepare para la vida eterna.