“La comunidad internacional no puede tolerar actos tan graves”, dijo el Papa Francisco en el ángelus del 7 de julio, refiriéndose al ataque aéreo del 3 de julio de 2019 contra un campo de detención de migrantes en Libia, donde murieron 53 personas.
Según la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), el centro alberga a unos 300 inmigrantes en un hangar en los suburbios de Trípoli.
Y el Papa desea “que los corredores humanitarios para los migrantes más necesitados se organicen de manera amplia y concertada”.
Esta terrible acción estuvo precedida por otra gran noticia. Esta vez agridulce. Dulce por parte de quien la realizó y de quienes la aplaudieron. Agria por parte de las autoridades italianas.
La alemana Carola Rackete, capitana de la embarcación humanitaria “Sea-Watch”, fue detenida en arresto domiciliario el sábado 29 de junio después de atracar el barco en un puerto comercial de la isla de Lampedusa.
Como bien sabemos, esta pequeña isla del sur de Italia es muy conocida por ser uno de los lugares de llegada a Europa de inmigrantes. Y porque fue la primera visita que hizo el Papa Francisco fuera del Vaticano después de ser elegido Obispo de Roma. Francisco ha querido recordar el sexto aniversario de esta visita con una Eucaristía en San Pedro el 8 de julio, a la que invitó a 250 personas, entre migrantes forzados, refugiados y voluntarios. En esta Eucaristía ha dicho: los emigrantes «¡Son personas, no se trata sólo de cuestiones sociales o migratorias!… No se trata sólo de migrantes, en el doble sentido de que los migrantes son antes que nada seres humanos, y que hoy son el símbolo de todos los descartados de la sociedad globalizada». «Los últimos engañados y abandonados para morir en el desierto; son los últimos torturados, maltratados y violados en los campos de detención; son los últimos que desafían las olas de un mar despiadado; son los últimos dejados en campos de una acogida que es demasiado larga para ser llamada temporal».
El barco humanitario había rescatado a 52 inmigrantes en las costas de Libia el pasado 12 de junio, y aunque algunos habían sido desembarcados por razones médicas, seguían a bordo 40 sin que se desbloqueara la situación, lo que llevó a la capitana a forzar la entrada al puerto.
Tras más de 14 días esperando que la autorizasen a desembarcar, Carola Rackete decidió que no podía aguantar ni un minuto más. Varias personas que había rescatado estaban enfermas y necesitaban atención médica urgente.
La capitana, convertida en símbolo de la lucha contra la política migratoria de Matteo Salvini, fue recibida con aplausos de decenas de personas que la esperaban.
La jueza de instrucción, Alessandra Vella puso en libertad, unos días después, a Carola Rackete, porque consideró que la capitana «actuó para cumplir el deber de llevar a salvo los inmigrantes. Los puertos libios y tunecinos no son seguros, por lo que fue justo dirigirse hacia Lampedusa».
Carola ha recibido muestras de solidaridad, pero también muchos y graves insultos. De ahí que el presidente de Italia, Sergio Mattarella, haya visto la necesidad de intervenir para calmar los ánimos: «Ahora es necesario rebajar de forma general los tonos -dijo el jefe del Estado- para permitir afrontar con mayor serenidad y concreción la cuestión de los inmigrantes».
El Vaticano, por boca de su secretario de Estado, el cardenal Pietro Parolin, declaró a este respecto que «la vida humana debe ser salvada de cualquier manera y esto debe ser la estrella polar que nos guíe. Todo lo demás es secundario», al ser preguntado por el caso Sea Watch.
La ONG española Open Arms, fundada para rescatar inmigrantes en el mar y que entregó al Papa un chaleco salvavidas de una emigrante muerta en el Mediterráneo, también ha tenido problemas con varios estados. Ante amenazas, su fundador, Óscar Camps, respondió: “De la cárcel se sale, del fondo del mar, no”.
Esta realidad nos deja claro que salvar vidas no puede ser delito, y pese al endurecimiento de las leyes migratorias, la migración continuará mientras la constante de pobreza, violencia, desigualdad e inequidad continúen, así nos lo ha mostrado la historia.
La joven alemana ha violado una ley estúpida y cruel, de acuerdo con las mejores tradiciones del Occidente democrático y liberal. Gracias a la valentía y decencia de Carola Rackete por lo menos estos 40 desdichados se salvarán, pues ya hay cinco países europeos que se han ofrecido a recibirlos.
Desde luego que la inmigración debe ser orientada, para que ella beneficie a los países receptivos y, sobre todo, a los países de los que huyen. Los inmigrantes huyen del hambre, de la falta de empleo, de la muerte lenta que es para la gran mayoría de ellos la existencia.
“Estoy seguro de que no seré el único en pedir para esa joven capitana el Premio Nobel de la Paz cuando llegue la hora”. Ha escrito Mario Vargas Llosa.
También en verano siguen los problemas. Y podemos enfocarlos según los ‘políticamente correcto’, lo que piensa la masa. O según lo ‘humanamente decente’ y lo ‘cristianamente cabal’. También en la vida a pie de calle.