Samuel Nkna: “Cada uno tiene su camino y el mío es tender la mano al que lo necesita”

Rocío Álvarez
8 de enero de 2017

Samuel Nkna llegó a Zaragoza el verano de 2005. Él nació y creció en Duala, una gran ciudad de Camerún, país católico en su mayoría. Los colegios, así como su familia le inculcarón desde pequeño, la fe católica. La familia educativa de San Juan Bosco le acompañó en su educación primaria y la Salle, en sus estudios técnicos. Samuel siempre tuvo en su cabeza la idea de comulgar, pero su madre, viuda con seis hijos, no podía permitirse la fiesta de la primera comunión. Él iba a misa y, al no comulgar, notaba ese vacío, “algo me faltaba”.

Samuel se siente dichoso de ser instrumento de Dios, de ser mano de Cristo.

Por eso, cuando vino a España fue a la parroquia de san Miguel, habló con su párroco y éste le llevó a la catequesis para mayores de la iglesia del Portillo. Cuando por fin comulgó, habló con su madre: “Se llenó de alegría y me dijo: «Hijo mío, Dios te ha dado una nueva familia». Así lo siento y así lo vivo. Tengo una nueva familia en la iglesia del Portillo, allí formo parte de un grupo de migrantes en el que participo activamente, vamos a misa y nos reunimos dos veces al mes”.

Un antes y un después

“Cuando recibí la primera comunión sentí un cambio, sentí como fuego”. Samuel dice que no puede explicarlo con palabras pero que su fe fue “verdadera fe” después de la primera comunión. Todavía recuerda las palabras que en la última reunión les dirigió el arzobispo de Zaragoza, don Vicente: “No tengáis miedo, dejaros sorprender”. Las repite con auténtica convicción, con sentida pasión. Sí, él está convencido de que el Señor tiene planes para todos, “algo especial para cada uno de nosotros”.

Samuel tiene la hermosa costumbre de ir a visitar a un amigo cuando sale de misa: “Lo hago para llevar esa luz, esa llama que nos da Cristo en la Eucaristía”. Ciertamente Samuel transmite “algo” y así se lo dice su encargado en el trabajo: “Dice que les transmito paz. Algunas veces se ríen, me cuentan que ellos solo van a misa en las bodas, pero cuando tienen algún problema siempre vienen a mí y yo me alegro de ser instrumento de Dios”.

Hay veces que Samuel no entiende cómo puede vivir la gente sin fe pero entonces se dice: “cada uno tiene su camino y el mío seguramente es tenderles la mano”. Él es feliz de poder ser la mano de Cristo.

Alma agradecida

Si hubiera que definir a Samuel con una palabra seguramente sería ‘agradecido’. De él brota constantemente un sentimiento de agradecimiento. Samuel considera que todos los acontecimientos que le ocurren son por su bien: “Dios obra maravillas, debemos dejarle hacer, él sabe más”. Por eso cuando oye a sus compañeros quejarse, él les dice que hay gente mucho peor, que su situación es un paraíso imposible de alcanzar para otros.

Recuerda por ejemplo, cómo poco después de su primera comunión le tocó viajar mucho y muy lejos por trabajo. “Primero fui a Sudáfrica, allí estuve seis meses. Mis compañeros se iban de juerga pero yo caminaba 5 kilómetros de ida y 5 de vuelta para ir a misa cada domingo. Allí las misas eran en inglés. Después fui a Bélgica. Las misas eran en flamenco, yo no entendía nada y a la vez lo entendía todo. Gracias a mis viajes por diferentes países pude ver que las formas son distintas pero la fe, una sola.”

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