Pongo ante mis ojos a Dios, esa montaña de bondad

Raúl Romero López
17 de junio de 2019

Salmo 26

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 1 Hazme justicia, Señor, que camino en la inocencia;

confiando en el Señor no me he desviado.

2 Escrútame, Señor, ponme a prueba,

sondea mis entrañas y mi corazón;

3 porque tengo ante los ojos tu bondad, y camino en tu verdad.

4 No me siento con gente falsa, no me junto con mentirosos;

5 detesto la banda de malhechores,

no tomo asiento con los impíos.

6 Lavo en la inocencia mis manos,

y rodeo tu altar, Señor,

7 proclamando tu alabanza, enumerando tus maravillas.

8 Señor, yo amo la belleza de tu casa,

el lugar donde reside tu gloria.

9 No arrebates mi alma con los pecadores,

ni mi vida con los sanguinarios,

10 que en su izquierda llevan infamias,

y su derecha está llena de sobornos.

11 Yo, en cambio, camino en la integridad;

sálvame, ten misericordia de mí.

12 Mi pie se mantiene en el camino llano,

en la asamblea bendeciré al Señor.

INTRODUCCIÓN

 

El salmista, injustamente acusado, acude a Dios para someterse a un juicio, recibir de él la seguridad interior de su inocencia y así verse libre del temor de perecer. La apelación se realiza en el templo donde se siente seguro. Una vez que ha sido declarado inocente, puede seguir participando de nuevo en el culto. El salmista se siente feliz de poder alabar a Dios en la asamblea de los elegidos. Una vez más el salmista quiere unir liturgia y vida.

 

REFLEXIÓN Y EXPLICACIÓN DE LO ESENCIAL DEL SALMO

 

Sólo confiando en el Señor, se puede caminar en la inocencia (l)

La base de la confianza del hombre no es su conducta. Hace falta ser muy torpes  para confiar en nosotros.  Somos demasiado débiles y frágiles como para fiarnos de nosotros mismos. «El que se fía de sí mismo es un necio» (Prov 28,26). El salmista se fía plenamente de Dios. Él ha observado fidelidad a la alianza. De ahí que no se haya desviado. Y por eso espera salvar su vida «Sí, te libraré y no caerás a espada, porque confiaste en mí» (Jer 39,18). En sentido bíblico la fe consiste en abandonarse en Dios y poner en sus manos toda la existencia. Y esto es compaginable con algunos defectos puntuales, propios de nuestra debilidad y fragilidad.

 

El hombre observa las obras de las manos, pero sólo Dios puede sondear el corazón (2)

Al hombre sólo puede juzgarlo Dios y nadie más. Es cierto que la conducta se manifiesta en actos externos que el observador puede constatar y evaluar. Pero siempre queda una zona oculta, llena de actitudes e intenciones que echa sus raíces en las entrañas y el corazón, es decir, en lo más íntimo del hombre. Allí es donde toda la acción tiene su cuna. El orante abre ante Yahvé lo más íntimo de sí. Lo pone delante de sus ojos para que lo examine con su mirada profunda, penetrante y abarcadora. Y, precisamente porque la mirada del hombre es parcial y superficial, ni puede juzgar a sus hermanos ni puede juzgarse a sí mismo. «A uno le parece limpia su conducta, pero es Dios quien pesa las conciencias» (Prov 16,2). «Al hombre le parece siempre recto su camino pero es Dios quien pesa los corazones» (Prov 31,2).

“En el trasfondo de este versículo está la imagen del fundidor. Los metales son purificados por medio del fuego, quedando aparte toda impureza (José Bortolini). Una bonita imagen para hablar de la purificación de nuestros pecados, incluso en el Purgatorio. Dios es esa “llama de amor pura” que rompe “la tela que impide el dulce encuentro” (San Juan de la Cruz).

 

Dios es como una montaña de luz que ilumina las sendas más oscuras de los hombres (3)

Sin esa luz que viene de la montaña, los caminos de los hombres son oscuros, peligrosos, y terminan en callejones sin salida. Dios es una montaña de luz, de fuego, de resplandor. Sólo el que ha sido iluminado por esa luz puede vivir en la verdad;  sólo el que ha penetrado en esa hoguera, puede incendiar;  sólo el que ha sido alcanzado por la belleza de ese resplandor, puede seducir.

 

“No se puede acercar uno a Dios con las manos manchadas (6-7)

En este versículo se alude al rito de purificación prescrito en Ex 30,17-21. Naturalmente, no sólo se trata de un simple gesto externo de purificación a través del agua. Este gesto expresa una inocencia interna. De hecho, la frase de «me lavo las manos» significa que uno no quiere tener parte con el mal. A esta purificación interior aluden los profetas. «Lavaos, purificaos; apartad de mi vista vuestras acciones malas. Dejad de obrar el mal y aprended a obrar el bien» (Is 146). Una vez purificado, el hombre puede acercarse al altar de Dios para alabarle y proclamar sus maravillas.

Este rito de purificación antes de orar lo tienen también los fieles del islam. Dice el Corán: «Oh creyentes, cuando vosotros os dispongáis a hacer la oración, lavad el rostro y las manos hasta el codo».

Y nosotros pedimos al Señor perdón al comienzo de la Misa. El pecado es una especie de bloqueo, de interferencia que nos impide comunicarnos con Dios.

 

Hay templos muy bellos, pero la verdadera belleza está oculta a los ojos (8)

Desde el gran Templo de Jerusalén edificado por Salomón hasta el templo de la Sagrada Familia de Gaudí, ha habido bellos y maravillosos templos en la historia. En este salmo se alaba la belleza de aquel que sirve al Señor no por oficio o por costumbre, sino por amor.  Se siente orgulloso de su Dios y disfruta con las cosas de Dios. El poder permanecer mucho tiempo cerca del Señor es para él la mejor paga. La casa de Dios es bella y el Dios que la habita es un cielo, un encanto, una delicia, la suma belleza. Por eso el salmista  puede cantar cada día “Me ha tocado un lote hermoso y me encanta mi heredad» (Sal 16,6). Los verdaderos santos no son los que están dibujados en las vidrieras de una catedral gótica, sino aquellos han quedado seducidos y fascinados por la grandeza y la belleza de Dios. Santa Teresa quedará extasiada y exclamará: ¡OH HERMOSURA QUE EXCEDÉIS A TODAS LAS HERMOSURAS!

 

Sin humildad, nadie puede ser santo (11)

Este salmo no es de los presuntuosos fariseos que, pagados de sí mismos,  se vanaglorian de sus buenas obras. Es de aquellos que, aun teniendo una conciencia limpia, le piden a Dios que les sondee por dentro con una mirada profunda y no engañosa.

San Pablo expresará esta misma idea de una manera todavía más clara y contundente: «En cuanto a mí, bien poco me importa el ser juzgado por vosotros o por cualquier tribunal humano; ni siquiera yo mismo me juzgo. De nada me remuerde la conciencia mas no por eso me considero inocente, porque quien me juzga es el Señor» (ICor 4,3-4).

Si se aparta de los pecadores, no es ni por despecho ni por desprecio sino porque tienen comportamientos distintos que él no puede aceptar. Él quiere permanecer fiel a su escala de valores.

 

Que nadie presuma de no tropezar (12)

Tener firmes los pies es una expresión de seguridad total, especialmente interna. Pero esta seguridad es pura gracia de Dios. «Me levantó de la charca fangosa; afianzó mis pies sobre la roca y aseguró mis pasos» (Sal 40,3). Por lo demás, siempre nos vendrá bien el aviso de Pablo: «El que crea estar firme, tenga cuidado de no caer» (1Cor 10,12).

 

TRASPOSICIÓN CRISTIANA

 

Todos nosotros somos pecadores. Al único a quien nadie puede acusar es a Jesús. ¿Quién de vosotros me puede acusar de pecado? (Jn. 8,46). Jesús es el anti-pecado.

Jesús es “Imagen visible del Dios invisible” (Col. 1,15). A Dios nadie lo ha visto; pero se ha hecho visible a través de Jesús. “El que ve a Jesús está viendo al Padre” (Jn.14, 9). Jesús es el Icono del Padre.

 

Autores cristianos

 

  • “Las manos de un cristiano, deben ser inocentes; su boca debe ser pura; su corazón exento de mancha. ¿No recibe cada día al autor de toda pureza?”. (Imitación de Cristo).

 

  • “No me confundas, Señor, con los carniceros ni malvados; con todas las gentes que no sueñan sino en su propio provecho. Soy sacerdote de ropa blanca. Presta atención, Redentor, a esta hostia que yo elevo sobre una patena de oro”. (P. Claudel)

 

ACTUALIDAD

 

Todos los días pasan por nuestros museos y catedrales miles de personas que no creen, pero que se sienten atraídos por el arte. A todos hay que decirles que la intención de los autores fue el hacer “un catecismo al vivo” para la gente sencilla que no sabía leer ni escribir. Su mirada iba “más allá” de lo que estaban viendo. A través de imágenes visibles se trasladaban con facilidad al mundo de lo trascendente e invisible. Alguien ha definido las catedrales como “autopistas para el cielo”. A través de la belleza humana nosotros podemos y debemos vislumbrar la belleza de Dios.

Nos preguntamos: ¿Quién lee mejor esas obras de arte cristiano? Los técnicos que pueden afirmar el lugar, la época, los autores,  los materiales que usaron etc. ¿O aquellos que, sin grandes esfuerzos, se quedan entusiasmados y atraídos por  una imagen que les transporta a un  Dios maravilloso?

 

PREGUNTAS

 

  1. ¿Acostumbro a poner toda mi vida al desnudo delante de Dios? ¿Le dejo que me escrute y me sondee? ¿O trato de esconderme de él como los primeros padres en el paraíso?

 

  1. ¿Estoy convencido(a) que yo no puedo ser bueno(a) si Dios no siembra la bondad dentro de mí? ¿Estoy convencido(a) de que no puedo hacer el bien en mi grupo/comunidad si antes no estoy empapado(a) de la bondad de Dios?

 

  1. El salmo nos invita a contemplar la belleza de Dios. ¿Hago atractiva la fe ante tantas personas que dudan o no creen?

 

 ORACIÓN

 

«Confiando en el Señor no me he desviado»

         Gracias, Dios mío, por esta gran lección que me da hoy el salmista. Muchas veces he confiado en mí mismo: en mis cualidades, en mi virtud, en mis propias fuerzas y, naturalmente, me he equivocado. Hoy quiero perder todas las seguridades humanas y apoyarme en Ti, sólo en Ti, Quiero hacer mía la experiencia de tu apóstol Pablo cuando decía: «Ahora que me topo con mi debilidad soy más fuerte». Haz que yo experimente tu grandeza en mi pequeñez; tu misericordia en mi miseria; tu fuerza en mi debilidad.

«Sondea mis entrañas y mi corazón»

 Yo quiero vivir ante Ti con toda transparencia. Quita la careta de mi hipocresía. Quiero jugar contigo con toda limpieza. Por eso te pido que tu mirada escrute todo mi ser; que baje hasta lo más hondo de mi alma y descubra hasta lo más recóndito que hay en mí. Así me aceptarás tal y como soy.

«Tengo ante mis ojos tu bondad

         Tu bondad, Señor, se me impone con una fuerza irresistible. Me atrae, me cautiva, me seduce. Y yo me dejo seducir, me dejo fascinar por ella. Haz que esa bondad que tengo ante mis ojos baje hasta mi corazón y así todas mis acciones sean buenas. Y cuando tenga entre mis manos mis buenas obras, haz que no me recree en ellas, sino que las ofrezca a ti como un regalo a tu bondad.

“Señor, yo amo la belleza de tu casa»

         Como me siento atraído por tu bondad, quiero también sentirme atraído por tu belleza. Por eso quiero mantener ante ti una actitud contemplativa. Quiero que mis ojos se recreen en tu presencia. Y se gocen de tu hermosura. Que la belleza y hermosura de las cosas creadas me sirvan de trampolín para subir hasta ti. Que sepa decir con San Juan de la Cruz: “Mil gracias derramando pasó por estos sotos con presura y yéndolos mirando, con sólo su figura, vestidos los dejó de tu Hermosura”.

 

 

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