Opinión

Raúl Gavín

Navidades laicas

6 de diciembre de 2017

Cada año que pasa, son más numerosas las voces que pretenden unas fiestas navideñas carentes de representaciones o referencias religiosas. Los defensores de estas “navidades laicas” argumentan que es lo propio de un estado moderno, de una sociedad plural, integrada en un estado aconfesional.

Muchos de nosotros nos escandalizamos ante este tipo de iniciativas y ponemos el grito en el cielo si en la escuela, por ejemplo, se dejan de cantar villancicos para no herir la sensibilidad de aquellos niños que no son cristianos.

Reflexionaba sobre lo grotesco de una “navidad laica” de igual forma que lo es un “bautizo civil” pero mis pensamientos me han llevado a formularme una pregunta sincera: ¿no habremos sido los propios cristianos quienes habremos inventado esta Navidad laica?

A mis hijos siempre les insisto sobre lo sencillo que es criticar y lo complicado que resulta hacer autocrítica; qué fácil es ver la pajita en el ojo ajeno y qué difícil es reparar en la viga que cubre nuestro propio ojo.

Seamos honestos. Nosotros, que nos tenemos por cristianos adultos, cuando pensamos en la Navidad ¿qué nos viene a la cabeza? Seguramente, se nos agolpan pensamientos relacionados con comilonas con amigos y familiares, viajes, regalos, fiestas y compras. En definitiva, planes de ocio y consumismo. Posiblemente, en esos encuentros, en esos viajes y en esas compras navideñas no haya un pensamiento o una sola palabra que nos diferencie de cualquier otra familia que no se tenga por cristiana.

Tal vez, entonces, nosotros mismos, los cristianos, hemos sido los primeros que, de hecho, hemos empezado a vivir unas “navidades laicas”.

Me gusta vivir la Navidad en familia y dedicar estos días a pasar más tiempo con nuestros hijos. Suelo reservarme varios días de vacaciones con este fin. Esta será, además, la primera Navidad en la que esperaremos emocionados, como en el anuncio de “Turrones El Almendro”, la vuelta a casa por Navidad de nuestro hijo mayor, que marchó al Seminario el pasado mes de octubre.

Según mi parecer, no hay mejor herencia para un hijo que la fe y la confianza en Dios; no hay mejor regalo para ellos en esta Navidad que acercarles al Señor; en la transmisión de la fe a los hijos, nos jugamos mucho, no sólo el futuro de la sociedad o de la Iglesia, sino la felicidad terrena y la salvación eterna de los propios niños.

Para los primeros cristianos la transmisión de la fe a los hijos, a través de la Sagradas Escrituras cumplidas en Jesucristo, era una misión fundamental. Conocemos el testimonio en la segunda carta de San Pablo a Timoteo: «Tú, en cambio, persevera en lo que aprendiste y en lo que creíste, teniendo presente de quiénes lo aprendiste, y que desde niño conoces las Sagradas Escrituras, que pueden darte la sabiduría que lleva a la salvación mediante la fe en Cristo Jesús» (2 Tim 3,14-15).

Por eso, la Navidad es un tiempo favorable para recuperar esta trascendental misión que tenemos los padres cristianos de transmitir la fe a nuestros hijos y preguntarles por qué Dios se hizo hombre hace más de 2.000 años.

Yo prepararé mi respuesta y citaré lo que Santo Tomás de Aquino y tantos santos expresaron con rotundidad: “El Hijo Unigénito de Dios, queriendo hacernos partícipes de su divinidad, asumió nuestra naturaleza, para que, habiéndose hecho hombre, hiciera dioses a los hombres”.

Invitaré a mis hijos a que miren el niño del Belén con ojos agradecidos. Que confiesen esta realidad, dotará de sentido a sus vidas. Dios anhela verdaderamente convertir en un dios a cada uno de mis hijos: “en seres perfectos, plenos, sanados y…sí, también inmortales” (Gregory K. Popcak)

Y en esto ha de consistir su camino en esta vida. En dejarse librar de la esclavitud del pecado y ser transformados día a día en la imagen de su Hijo. Para esto han sido creados; con este fin, Dios les concedió la vida.

San Juan XXIII repetía con insistencia que lo que siempre puede hacer el cristiano es nada menos que cumplir el plan divino de convertirse en divino.

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