No me resisto a hacerme eco de las reflexiones de un teólogo chileno, Pablo Richard, a raíz de los testimonios de vida espiritual de personas pobres e indigentes que el mismo recoge, algunos de los cuales reproduzco:
- “Yo estoy siempre feliz, porque sé que Dios me acompaña en todo”.
- “Yo no creo en Dios, pero estoy seguro que si Dios existiera, él creería en mí”.
- “Nunca sentí la ausencia en Dios en mi vida, todos me abandonaron, menos Dios”.
- “Entré un día en una iglesia llena de gente y vi que Dios me miraba, sólo a mí, a nadie más. Esa mirada personal de Dios cambió mi vida para siempre”.
- Un hombre y una mujer que viven en la calle me dicen: ”no tenemos miedo, porque Dios duerme con nosotros en la calle”.
- “Jesús un día me tomó de la mano y me dijo que no quería que viviera bajo un puente o que comiera en los basureros de los ricos. Tú no mereces esto, yo no te hice para esto. Escuchaba esa voz, mas nunca veía quién me lo decía, yo sólo veía a las personas que consumen droga alrededor mío y que ofrecían droga y alcohol, pero esa voz estaba ahí como al fondo de todo, diciéndome que me levantara. Yo analizaba todo y decía: ¿será verdad que el de arriba me está diciendo que deje todo esto?”.
Escuchar a los indigentes le permitió darse cuenta de que casi todos tenían una “vida espiritual oculta”, una espiritualidad que surge en un mundo invisible y despreciado. A menudo, se trata de experiencias espirituales realmente trágicas, no en vano se trata de una visión espiritual que refleja una situación real, ya que la espiritualidad de los pobres refleja la realidad de los pobres.
Algunos puede que se pregunten si esa visión es real o una vivencia espiritual. En realidad son ambas cosas a la vez. Pero lo que resulta más significativo, en palabras de este teólogo, es que eso lo descubrimos en la espiritualidad que escuchamos y discernimos en la calle. Que lo importante es seguir escuchando en la calle hasta llegar a las profundidades espirituales presentes en esa realidad de la pobreza, la exclusión y la marginación.
Pero da la impresión que nosotros seguimos escuchando, con demasiada frecuencia, los sermones que se predican en en una Iglesia estructurada y cerrada. Y es que en nuestras parroquias predomina el hablar, y el que más habla es el párroco. Y en los seminarios se enseña cómo hablar, pero no cómo escuchar. Por eso viene a cuento recordar las llamadas del Papa Francisco en Evangelii Gaudium: “Una Iglesia en salida, salir para llegar a todas las periferias”, “quiero expresar con dolor que la mayor discriminación que sufren los pobres es la falta de atención espiritual”.
Por ello tenemos que hablar de una Iglesia en la calle donde los excluidos pueden ser escuchados, de la importancia de sentarse para escuchar y sólo escuchar, no a dar sermones; de avanzar hacia Iglesias que sean comunión de comunidades, donde los pobres y los excluidos realmente sean escuchados y puedan expresar su palabra y vivir su propia espiritualidad despreciada por el mundo dominante.