Sí. Ya sé, ya sabemos, que la limosna no soluciona los problemas económicos de los empobrecidos. Ya sé, ya sabemos, que la limosna tiene muy mala, pero que muy mala prensa. Y que hay limosnas que ocultan o intentan justificar injusticias. Sí, ya lo sabemos.
Y puede ser que esas personas que piden una ‘ayudita’ en las puertas de los templos, nos estén engañando. Puede ser. Pero están en las puertas de los templos, no en otras puertas con más dinero y en las que se consume a todo tren. Confían, parece, un poco más en los que entramos por esas puertas. No es mala señal. Si nos engañan, no es, creo, porque piensen que somos tontos. Quizás creen que somos más buenos cuando entramos por esas puertas, que tenemos un poco de corazón.
Es cierto: la limosna no soluciona el problema de la injusticia que crea víctimas: pobres, personas sin techo, transeúntes, parados, emigrantes, refugiados… Muchos de éstos, no obstante, siguen vivos por las muchas formas de limosna que hay en nuestra sociedad, en muchas personas.
Cuando el que hace una limosna reflexiona en lo que ha hecho, puede dar un paso más: caer en la cuenta de que este gesto no ha solucionado en su raíz la situación de la persona ayudada y de que tampoco su conciencia queda tranquila por la limosna dada. Que su compromiso contra la pobreza debe ser mayor. La limosna reflexionada lleva a una mayor implicación social a favor de los empobrecidos y contra la pobreza.
Esta reflexión, sincera y profundamente hecha, nos sorprenderá con que encontraremos modos más solidarios de encauzar nuestra colaboración.
La limosna de un momento concreto, puntual, reflexionada, hecha con corazón y ojos de hermano, puede conducirnos, por ejemplo, a tomar la decisión de que un apartado de nuestro presupuesto mensual familiar sea destinar una cantidad fija para la solidaridad con los hijos de la injusticia social y económica.
Esta reflexión me la ha sugerido el siguiente comentario de prensa que comienza con el título de esta sección que escribo: “A pie de calle, la Iglesia consigue cubrir cada año las necesidades básicas de 4,8 millones de españoles, el 10% de la población. Desde el año 2010, sus centros sociales y asistenciales han aumentado en un 71%. No hay barrio en España que no cuente con un despacho de Cáritas en una parroquia” (Laura Daniele – ABC – 14 abril 2019).
Con estos datos no solucionamos la injusticia que nos rodea y nos come, nos hace insolidarios y nos lleva a taparnos los ojos y los oídos. Pero nos están diciendo que la ayuda económica encauzada y unida a la ayuda económica de otros nos hace más eficaces también en la lucha efectiva contra la pobreza. Más de 13.000 puestos de trabajo creó Cáritas en 2018, por ejemplo. Un dato importante de la ‘limosna consciente y organizada’.
La limosna, sí, tiene mala prensa. Y, a veces, ganada a pulso por sus defensores sin reflexionar en las posibilidades y en los límites de la limosna. La limosna, lamentablemente, necesaria -mientras existan las víctimas de la injusticia- pero insuficiente para una salida justa de la injusticia impuesta.
La limosna que, en sí misma, puede llevarnos a una reflexión más profunda sobre esa economía que mata (Papa Francisco) y a cambiar nuestro modo de pensar y de actuar ante nuestros hermanos empobrecidos. Empobrecidos, casi siempre, porque otros ‘enriquecidos’ desde nuestra situación concreta miramos hacia otro lado como si la situación del hermano no fuera conmigo, con nosotros.
Por eso, la limosna no puede ser paternalista: desde arriba, desde la autosuficiencia… Ni debe resultar humillante para el que la recibe. La limosna debe partir del principio de la igualdad de las personas, de los valores que cada uno tenemos, sea cual sea nuestra posición social. Ese principio tan verdadero, aunque olvidado con frecuencia, de que todos damos y todos recibimos en cada acción que realizamos entre personas.
La limosna, justamente por su insuficiencia y por su peligro de adormecer conciencias, nos lleva a una reflexión más profunda sobre el porqué de la injusticia social y a un compromiso mayor en el empeño y trabajo por un mundo más justo.