Cultura de la vida frente a la de la muerte.

Francisco José Pérez
5 de mayo de 2019

Para mantener un estilo de vida que excluye a otros… se ha desarrollado una globalización de la indiferencia. Casi sin ser conscientes de ello, terminamos siendo incapaces de sentir compasión por el clamor de los pobres… como si todo esto fuera la responsabilidad de alguien más y no la nuestra…” (Papa Francisco, Evangelii gaudium 54.).

La cultura de la muerte

Esa globalización de la indiferencia tiene que ver con el colapso moral y la tentación de inocencia, ante los graves problemas sociales en nuestra sociedad. Son muchos los  ejemplos de hechos que suelen dejarnos indiferentes: El 1 % de la población adulta acapara el 40 % de la riqueza mundial, mientras un 50 % apenas cuenta con el 1 % de la riqueza; el aumento de las desigualdades  económicas, de género, clase, procedencia, edad… que expulsan a millones de personas a las periferias; el hecho de que la vida de muchas personas es cada vez más precaria pero, a pesar de la gravedad de la situación, pasa política y socialmente desapercibida; el cambio climático, el agotamiento de energía y materiales… están colapsando nuestro ecosistema, mientras muchos siguen creyendo que la destrucción del hábitat sea el precio que hay que pagar para conseguir bienestar…

La lista sería inacabable y pone de relieve que la nuestra es una sociedad enferma que nos convierte en analfabetos emocionales, en cómplices del dolor y sufrimiento del presente.

Lo grave es que asumimos esas situaciones como si fueran algo normal; sin embargo, se trata de patologías de la normalidad, que sostienen y fomentan la cultura de la muerte. Entre ellas podemos señalar algunas que son más significativas:

La patriarcal. Es aquella que legitima y reproduce relaciones de dominio-sumisión, de paternalismo-dependencia entre el hombre y la mujer, e incapacita a las personas para establecer relaciones maduras e interdependientes; a menudo mediante una imposición violenta que produce daño físico y psíquico e incluso la muerte; de la violencia machista de los hombres sobre las mujeres. El patriarcado asumido como forma natural de comportamiento, lleva a aceptar la invisibilización de las mujeres; su encasillamiento en determinados perfiles y actividades laborales; su marginación de los puestos de responsabilidad y poder; sus múltiples trabajos de madres, esposas, hijas, amas de casa y profesionales o su situación subordinada y dependiente de los hombres.

La económica, que considera el crecimiento económico es el indicador básico del avance de la sociedad, y coloca la acumulación de capital en el centro del sistema. El resultado, un crecimiento, producción y consumo sin límites, que atentan contra la vida a las personas y del planeta, que son reducidas a mercancías…

La ecológica. Aceptar como normal un modelo de desarrollo basado en el beneficio económico, el consumo y en una acumulación depredadora, que lleva a un deterioro del medioambiente y provoca más injusticia. La tierra está enferma; “clama por el daño que le provocamos a causa del uso irresponsable y del abuso de los bienes que Dios ha puesto en ella… Hemos crecido pensando que éramos sus propietarios y dominadores, autorizados a expoliarla”. (Ls. 2).

La consumista. La que ha convertido nuestro planeta en un estercolero y al ser humano en un esclavo permanentemente frustrado, de forma que cuanto más consume, más se esclaviza identificando así alegría con felicidad, bienestar material con vitalidad y capacidad de elegir, comprar y consumir.

La democrática. La que reduce la participación a la representación, y la reduce a una mera representación escénica, cunado no a un ejercicio mercantil de compra/venta de voluntades.

La bélica. La que promueve, provoca y estimula emociones destructivas, el odio al diferente, la ambición… aceptando como natural la guerra, el negocio de las armas, la violencia y la agresión como forma de resolver los conflictos,

La espiritualista. La que promueve comportamientos de aislamiento y separación de la realidad haciéndonos caer en el intimismo, el contemplacionismo… olvidando que el desarrollo de la conciencia no es un asunto exclusivo del ser interno, sino del ser en relación con la naturaleza y con nuestros semejantes. A menudo aparece vinculada a formas comerciales de evasión y bienestar psíquico que rinden culto a gurús, religiosos o laicos, que nos apartan del compromiso, la generosidad, la solidaridad y la compasión con y para los demás.

Resumiendo, estamos ante una crisis del ser porque lo que consideramos como normal tiene efectos patológicos. Crisis que también es de desorientación y de “vacío existencial” porque la humanidad sufre de angustia, miedo, ansiedad, tristeza… no sólo porque carece de bienes, sino porque es deficitaria de algo esencial para la supervivencia: el sentido de la propia vida. Ese vacío existencial se manifiesta en aburrimiento e insatisfacción que impide las personas entenderse a sí mismas y convivir, empujándolas a realizar muchas actividades compulsivas con objeto de evitar la soledad y el miedo y que se traduce en enfermedades sociales e individuales propias de nuestra época: estrés, depresiones, conductas neuróticas (angustias, obsesiones, fobias, manías…) acosos y violencias de todo tipo (laborales, escolares, familiares, sexuales, virtuales…).

El proyecto de felicidad: Claves para reconstruir la cultura de la vida

La profundidad de esta crisis moral nos obliga a ser personas lúcidas, pues como señala el evangelio hemos de estar atentos, vigilantes, en actitud de escucha… ya que si queremos ser signo de la salvación en el mundo actual deberemos responder a los anhelos y expectativas actuales. En ese sentido, en la oscuridad del presente descubrimos dos experiencias que ocultan el rostro de Dios:

  • Una profunda crisis de la idea de salvación cristiana, que se manifiesta en la indiferencia…
  • La idolatría, que se manifiesta en la preocupación por uno mismo, el bienestar, el dinero…

Así, en el fondo de la crisis, parece que emerge una demanda de algo y que es algo más que consumo, economía, política, religión…: Una demanda de salvación. Pero ¿qué nos puede salvar en el mundo de hoy?: Los políticos no, casi nadie les cree. Los científicos tampoco, más que solucionar problemas parece que los crean. ¿La economía, los empresarios…? Ya hemos experimentado que tampoco cabe esperar nada de ellos.

Al final descubrimos que sólo Dios salva. Reconstruir la cultura de la vida requiere volver a las fuentes de la vida cristiana. En ese sentido el Sermón de la montaña constituye un texto central en el tema de la felicidad: en él Jesús considera ocho veces a sus oyentes como felices o bienaventurados. Hoy también son un camino hacia la verdadera felicidad ya que responden a nuestro deseo de vivir en plenitud en un mundo que ha perdido el sentido de la existencia.

Lo fascinante y sorprendente es que Jesús señala que si vivimos estas ocho actitudes participamos de Dios, somos totalmente como Dios, dichosos, perfectos, libres como Dios. “Entonces seréis perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial” (Mt 5,48).

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