SÁBADO SANTO
El misterio específico del Sábado Santo es la ausencia del Señor. El Señor ha ocultado su rostro, se ha marchado, está muerto, “descendió a los infiernos”. Esto es lo absolutamente singular de este día misterioso. Esta ausencia del Señor se traduce en la privación de la Eucaristía; es imposible celebrarla, pues el Señor “no está”. El sentido de este día es la quietud, la meditación en este misterio que está ahí. El Sábado Santo representa en la vida cristiana esos momentos de vacío, de niebla, de duda, de sinsentido. Es muy conveniente sentir la ausencia de Dios como el peor de todos los males que nos puede pasar. Y desde esa soledad, ese vacío interior, ese silencio mortal, gritar y suspirar por el Dios de la vida.
1.- Oración introductoria.
Señor, enséñame en este día de Sábado Santo a sentir tu ausencia, recordando esos momentos de “noche oscura” cuando no te veo por ninguna parte y, sin embargo, es lo único que añoro, busco y deseo ardientemente. Al final, siempre te haces presente y me lleno de gozo. Pero, sobre todo, quiero traer a mi oración tantas personas del mundo actual que no quieren saber nada contigo. Se declaran ateos o agnósticos. Se han acostumbrado a vivir sin ti y ni siquiera te echan de menos. Como si lo normal fuera vivir sin sol, sin aire, sin tierra donde apoyarse. Por ellos quiero rezar hoy especialmente.
2.- Meditación para este día: EL SILENCIO DE DIOS.
El profeta Ezequiel.
En el año 597 Nabucodonosor, rey de Babilonia, conquista Jerusalén. El rey babilónico depone al rey de Israel, Jeconías, que lo lleva deportado al destierro con la clase alta, entre la que está el sacerdote Ezequiel. Los deportados viven la más dura experiencia como pueblo. No tienen templo, ni ley, ni culto, ni rey, ni jefes. Pero inesperadamente, al sacerdote Ezequiel, allá en el valle, se le aparece “la gloria de Yavé”, como presencia envolvente y avasalladora. Y Ezequiel cae en la cuenta de que Dios no está circunscrito a un espacio. Es entonces cuando tiene lugar la vocación profética: de sacerdote pasa a ser profeta.
Ezequiel no es un profeta por elección, como el que escoge una carrera sino que lo es por vocación. Y tiene que decir lo que Dios dice. Tiene que decirles a sus colegas una palabra dura, cuando él quisiera darles palabras de cariño. Ezequiel quiere ser fiel a Dios y sólo quiere lo que Dios quiere: que el pueblo se convierta .Pero el pueblo inventa expedientes para neutralizar la palabra de Dios. Y entonces, ¿ya no le queda a Dios ningún recurso? Sí, su silencio.
El silencio de Dios aparece de la manera más extraña y dramática. Podría haber llegado a través de la muerte del profeta. Dios hubiera cesado de hablar. Ése sería un silencio a secas. Pero eso es poco. Este pueblo necesita sentir ese silencio. El profeta tiene un ataque aparatoso y se queda mudo. Y ahí queda en medio de ellos un profeta que no habla. Cada vez que pasan por allí, le hablan y no puede responder. Y así tienen que escuchar el silencio de Dios. Ese silencio no es definitivo. El pueblo cambia de actitud y el profeta recobra la palabra y comienza una segunda etapa en la vida del profeta. Ahora el profeta dará un mensaje de esperanza; ahora que el pueblo ha aprendido a apreciar la palabra de Dios.
Hace ya 2019 años surge un Rabí en medio de un pueblo que vive la palabra de Dios interpretada por un grupo de fariseos que se han erigido en Maestros de Israel. Pronto se dan cuenta de que este Rabí es peligroso. No por las armas sino por la suavidad y convicción de sus palabras. Por eso, a toda costa, quieren tapar la boca a esa Palabra. La oposición llega al extremo cuando Dios calla violentamente. La muerte de Cristo es el gran silencio de Dios. Dios interrumpe su palabra y su silencio lo envuelve todo y cae, como un castigo sobre Jerusalén. Durante tres días densos, Dios calla a ver si los hombres que no quieren recibir la palabra reciban ese silencio que se convierte en vacío y angustia. A través de ese silencio quiere llevar al hombre a que escuche un nuevo mensaje. Dios, por un momento, guardó silencio en la muerte de Jesús. Después habló con fuerza, gritó… resucitando de entre los muertos y dando al mundo el gran mensaje de esperanza. Y es que el hombre no puede triunfar sobre el amor.
Cristo ha venido a anunciar que lo más importante y más noble del hombre es el amor y que, por más que se empeñen los hombres, no podrán matar el amor. Y el amor sobrevive y es fuente de vida. Y, al tercer día, resurge esa Palabra que es ya libre y ya nunca podrá ser encadenada. Tiene que resonar en todas partes. Y esa Palabra comienza a verse, a tocarse y sentirse en una nueva realidad. Ezequiel era sólo un bosquejo, una figura de Cristo.
Oración.
Gracias, Señor, por este día de silencio y soledad. La Palabra de Dios no puede quedar encadenada y menos enterrada. Te pido que Cristo Resucitado a quien celebraremos esta noche en la Vigilia Pascual, ahuyente las tinieblas de nuestro mundo actual tan apartado de Dios y brille la luz del Resucitado que llene de paz, de amor, de esperanza y de alegría a todos los hombres y mujeres de nuestro tiempo.
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