No hay razas superiores ni razas inferiores
No hay religiones superiores, tampoco religiones de segundo grado.
No hay pueblos superiores, ni pueblos segundones.
Un gran científico no es superior a una persona con capacidades diferentes.
Ser guapo o guapa no te sitúa por encima del menos agraciado, ni de la menos bella.
Ser varón no es un grado superior al de ser mujer.
Tampoco hay cristianos de rango superior y cristianos ‘de batalla’, ‘del montón’.
Y así sucesivamente
Sencillamente se trata –nada más y nada menos- de diferencias que nos enriquecen. No son desigualdades. Las desigualdades son fruto de la injusticia o la crean o fortalecen. Las desigualdades deben desaparecer para que un mundo más humano sea posible. Por eso, hemos de trabajar contra ellas.
Las diferencias son algo distinto. Las diferencias, bien relacionadas, engrandecen todo lo que somos y nos rodea. La desigualdad nos enfrenta con los que creemos desiguales, nos separa, rompe la convivencia enriquecedora que las diferencias integradas nos proporcionan.
Diferencias que, respetadas y valoradas, nos hacen a todos constructores de una sociedad más humana y acogedora. Traen armonía porque, al ser aceptadas y acogidas en su riqueza complementaria, hacen que el mundo sea algo más bello.
Acogidas de modo positivo, las diferencias contribuyen a ir creando la armonía común. Solo las diferencias pueden crear armonía. La uniformidad nos empobrece, nos pone firmes, es muy aburrida y nada creativa.
Diferencia, desigualdad, uniformidad e… in-diferencia. Otra actitud que hace imposible la armonía en las relaciones humanas. El otro no interesa, no cuenta para mí. Si puedo, lo uso para mi provecho. Y ahí queda todo.
Pero ¿hay algo que sea superior a la armonía que nace de la diferencia enriquecedora?
Creo que sí: es superior la bondad. La bondad acoge la riqueza de la diferencia, rechaza toda desigualdad, elimina el cáncer de la in-diferencia.
La bondad es la necesaria actitud permanente que hace avanzar a nuestro mundo por las sendas de la justicia y la solidaridad, y que expulsa de nuestro interior y a nuestro alrededor el odio, la envidia, el rencor y el desprecio. Frente a todo esto, crea armonía.
Parece, sin embargo, que la bondad no goza de buena fama social. Como decimos con frecuencia, en los medios de comunicación lo bueno no es noticia. Sin embargo, la verdadera noticia de todos y cada uno de los días es que existen muchas personas que ayudan a transformar nuestra realidad en una sociedad más justa y fraterna. Abramos los ojos ‘a pie de calle’ y comprobaremos esta verdad.
Confucio afirmó sabiamente: “Cuando veas a un hombre bueno trata de imitarlo; cuando veas a un hombre malo, examínate a ti mismo”…, pero no basta ser buenos en la vida sino “procurad que al dejar el mundo veáis no sólo que fuisteis buenos sino que dejáis un mundo bueno” (Bertolt Brech).
La bondad será lo único que nos haga tener esperanza en la humanidad. Afirmemos con gran contundencia estas palabras de Beethoven, el genial compositor alemán: “No conozco ningún otro tipo de superioridad que la bondad”.[1]
“Deseo que mi hija sea consciente de que el mundo real no es el violento y corrupto que a diario nos presenta la TV. Que sepa que hay, también, gente buena, que es a la que debe tomar como referente. Gente que ha roto el silencio y ha dejado de mirar para otro lado ante la injusticia, la insolidaridad, o la irresponsabilidad”. Una madre lo escribió. [2]
[1] Cfr. Francisco Baena Calvo. LA SUPERIORIDAD DE LA BONDAD. Religión Digital 19.02.19.
[2] En la nota a pie de página de mi anterior colaboración YO SI VOTARÉ omití el nombre del autor de la cita. Es el Papa Francisco.