Salmo 13
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2 ¿Hasta cuándo, Señor, seguirás olvidándome?
¿Hasta cuándo me esconderás tu rostro?
3 ¿Hasta cuándo he de estar preocupado,
con el corazón apenado todo el día?
¿Hasta cuándo va triunfar mi enemigo?
4 Atiende y respóndeme, Señor Dios mío,
da luz a mis ojos,
para que no me duerma en la muerte;
5 para que no diga mi enemigo: “Le he podido”,
ni se alegre mi adversario de mi fracaso.
6 Porque yo confío en tu misericordia:
Alegra mi corazón con tu auxilio,
y cantaré al Señor por el bien que me ha hecho
INTRODUCCIÓN
La mayor parte de los autores clasifica a este salmo dentro del grupo de “lamentación individual”.. H.J. Kraus dice que no se trataría de un salmo de lamentación, sino de simple oración. Y da esta razón: “Los orantes de los salmos no se lamentan ni se quejan, sino que expresan claramente ante Dios cuál es su situación calamitosa y oran pidiendo la intervención de Dios. Y a esto se le llama acertadamente ‘oración’.
REFLEXIÓN-EXPLICACIÓN DEL MENSAJE ESENCIAL DEL SALMO.
Cuatro aldabonazos fuertes en la puerta. ¿Se habrá dormido Dios?
¿Hasta cuándo, Señor, seguirás olvidándome? ¿Hasta cuándo me esconderás tu rostro? ¿Hasta cuándo he de estar preocupado, con el corazón apenado todo el día? ¿Hasta cuándo va a triunfar mi enemigo? Esta cuádruple interrogación angustiosa “hasta cuándo” traduce una sensación de disgusto, de cansancio vital, de impaciencia. Cuatro gritos desde los cuatro puntos cardinales del ser. Y así toda la persona es un alarido. Y todo como efecto de la “ausencia de Dios”. El salmista no puede vivir sin Dios. Su silencio se le hace insoportable. “A veces Dios persiste en negar su asistencia como el que pasa y vuelve su cabeza al mendigo que no le quiere asistir” (Podechard). Después le saldrá al encuentro y lo llevará a su casa. Se trata de una sabia pedagogía de Dios.
La Biblia “Dios habla hoy” traduce de esta manera: “¿Hasta cuándo mi alma y mi corazón habrán de sufrir y estar tristes todo el día?” Distingue entre el sufrimiento del alma y del corazón. Durante el silencio de Dios, el alma piensa, discurre, hace proyectos de vida… pero ninguno le sirve. Y llega a la conclusión: sin Dios no hay salida. ¿Y qué pasa con el corazón? Se muere de pena y de tristeza, de agitación. “El rey y el pueblo empezaron a temblar como tiemblan los árboles del bosque agitados por el viento” (Is 7, 2).
¿Hasta cuándo va a triunfar mi enemigo? Mientras hay una situación de postración por parte del orante, existe el rostro erguido del enemigo. Aquí se personifica a la muerte que se levanta para celebrar la victoria sobre el fiel. En realidad, lo que atormenta al salmista no es la mera destrucción física, sino que la muerte confirme el abandono absoluto de Dios y dé al adversario un motivo de alegría. No es el morir, sino el morir sin Dios lo que le atormenta. Y la posibilidad de que el enemigo pueda pensar que no tiene sentido creer en Yavé y confiar en Él.
En realidad, ¿estaba Dios dormido, o se hacía el dormido, como Jesús en la barca, para probar la fe de sus discípulos?
La súplica “atiende y respóndeme” no deja de ser una oración “confiada y osada” ya que parece dar órdenes a Dios. De momento, el nombre propio de YAVÉ atraviesa todo el salmo. Está al principio (v.2) en medio (v.4) y al final (v.6). Hay, pues, una presencia envolvente de Dios. Por otra parte, el salmista llama a Dios “su Dios” Es el Dios que ocupa el centro de su ser. Relación de cariño, de cercanía, de intimidad. Lo que preocupa al salmista no es la muerte, sino la muerte de Dios en él. “Lo que ocupa el centro de la atención no es el sufrimiento físico del orante, sino más bien el hecho de que su esperanza en Dios parece fracasar y su fe no parece salir bien parada” (Gunkel).
La fuerza de una imagen. ¿Qué significa “Da luz a mis ojos”
En la vida corriente los ojos reflejan muy bien situaciones internas. El brillo de unos ojos puede indicar la vida que late dentro; mientras que la opacidad es algo muy próximo a los ojos vueltos de un cadáver.
La frase: “Da luz a mis ojos puede tener distintos significados. Por un lado, iluminar los ojos es restituir la fuerza vital y el brillo que pierde el ojo del extenuado y el enfermo. “Cuando murió Moisés tenía 120 años, pero sus ojos no se habían debilitado” (Dt 34, 7) Por eso Karl Barth traduce así: “Restaura el vigor de mi vida”. Por otro lado, en el poema el salmista pide que le libre del sueño de la muerte. El sueño nos cierra los ojos y la muerte nos los cierra para siempre. La muerte se da cuando Dios ya no ilumina nuestros ojos. Pedir que “ilumine nuestros ojos” es como pedirle vida. Por eso J. Kraus traduce: “Haz que vea la luz de la vida”.
El Cambio radical del salmista después de haber rezado.
Frente al gozo frustrado del enemigo se da ahora el gozo del orante. Y ese corazón antes turbado y lleno de preocupación es ahora sujeto de un gozo profundo.
Es importante destacar la fuerza de la partícula adversativa “en cuanto a mí”… Hay una contraposición entre: el “yo” del orante y los enemigos; entre lo que antes sentía y lo que ahora siente. También, entre la postura que mantenía con Dios antes de rezar y la que mantiene ahora. Quizás exteriormente no ha pasado nada. Pero en su corazón ha habido un profundo cambio.
Si Dios esconde el rostro, sobreviene la oscuridad de la noche, el sueño de la muerte. Si destapa su rostro, fuente de luz, todo queda iluminado y lleno de vida. Es el efecto de la oración a “corazón abierto”. Del corazón apenado del versículo 3 al corazón jubiloso del versículo 6. “Porque yo confío en tu misericordia”… Bella expresión de abandono y confianza en Dios. El salmista, lejos de apuntarse méritos personales, se vuelve a Dios, a su bondad y misericordia. Allí ha experimentado la salvación. “Nacida en el mismo corazón de la angustia, su confianza atormentada se torna apacible. Tratando de convencer a Dios es convencido de su misericordia y de su pronta respuesta” (A. Maillot).
TRASPOSICIÓN CRISTIANA
+ Jesús vivió la amarga soledad de los hombres, pero gozó siempre de la cercanía del Padre.
“Mirad, se acerca el momento, mejor dicho, ha llegado ya en que cada uno de vosotros se dispersará por su lado y me dejaréis solo. Pero no estoy solo, porque el Padre está conmigo”. (Jn. 16,32).
+ Pablo sufrió todo tipo de persecuciones, pero sintió la presencia del Señor.
¡Cuántas persecuciones tuve que soportar!, pero de todas me libró el Señor ( 2 Tim. 3,11)
+ Los proyectos y el Proyecto.
“El hombre comienza por acumular en su espíritu múltiples proyectos; al final queda uno solo: el proyecto de Dios” (Orígenes).
+ El rezar siempre nos trae alegría.
“La Shekinah (esa misteriosa presencia de Dios en el Antiguo Testamento) no aletea sobre la tristeza, sino sobre la alegría de la plegaria” (Martín Buber).
ACTUALIZACIÓN.
a) Necesidad de apoyar nuestra fe en un Dios personal.
El salmista ha sido un hombre lúcido y, a pesar de estar tentando por la satisfacción de un culto deslumbrante, ha visto que lo único que salva es el encuentro personal con Dios. Una liturgia, por brillante y solemne que sea, sin un encuentro vivo con el Señor se convierte en un puro rito. Hoy es muy difícil ir a Dios por ideas. Hace falta una “experiencia” de fe.
b) Necesidad de buscar a Dios por Dios
El salmista no ha pedido favores a Dios, sino “el favor de Dios”; el verse libre de la muerte, es decir, de una vida sin Dios. Hay que purificar la fe de todo interés materialista. La riqueza de Dios es Dios mismo. Él es el tesoro y la perla y el agua viva. Él es la fuente de nuestra propia felicidad. Por eso decía Jesús: “Busquen a Dios y su justicia, y todo lo demás les vendrá por añadidura” (Mt 6, 33).c) Necesidad de una profundización en la fe
Normalmente nos creemos cerca de Dios, cuando lo experimentamos, a niveles de sentimiento. El que provoca en nosotros el vacío, el silencio, la soledad de Dios es el mismo Dios. Tenemos a un Dios demasiado pequeño, demasiado a nuestra medida. Es el mismo Dios el que quiere que le busquemos con fuerza, le gritemos, le lloremos y así ensanchemos nuestra capacidad de Él. El supremo acto de religión, es decir, de religación con Dios se dio en la Cruz. Nunca Dios–Padre estuvo tan cerca de aquel Hijo, aunque éste, a nivel de sentimiento, se creyera lejos. Y por este acto supremo de abandono en Dios, el Padre le resucitó, le glorificó, le constituyó Señor del cielo y de la tierra. “El mismo Cristo que, en los días de su vida mortal, presentó oraciones y súplicas con grandes gritos y lágrimas a aquel que podía salvarlo de la muerte, fue escuchado en atención a su actitud reverente” (Heb 5, 7).
PREGUNTAS.
- ¿Qué ando buscando en mi llamada vida de fe? ¿Los dones de Dios o el Dios de los dones?
- Todas las personas necesitamos una presencia sentida: de Dios y de los demás. En mi grupo cristiano, ¿estoy atento(a) a esta sensibilidad? ¿No me parece que, a veces, soy duro y frío con las personas que viven a mi lado?
- A Dios nadie lo ha visto jamás. Su luz brilla en nuestros ojos a través del amor. Mi vida concreta, ¿está revelando, manifestando el amor del Padre? ¿O tal vez lo está ocultando? ¿Cómo puedo actuar para hacer sensible, tangible y cercano el amor invisible de Dios?
ORACIÓN
¿Hasta cuándo, Señor, me esconderás tu rostro?
Tu rostro, Señor, es tu presencia luminosa, fascinante, embriagadora. Tu rostro es el término de mis miradas, mis anhelos, mis ilusiones. Tu rostro benévolo y apacible es luz, vida y descanso para mí. Por eso, cuando me ocultas tu rostro, me siento morir. Es como si me faltara el aire, como si mi pie ya no encontrara tierra firme, como si se me acabara el pulso vital. Sin Ti mi vida se me hace insoportable. Vivo en una angustia vital. Siento, palpo, experimento el desmoronamiento de todo mi ser. Y, porque no puedo soportar por más tiempo esta situación, te grito con voz suplicante de náufrago: ¿Hasta cuándo, Señor, seguirás olvidándome?
“Da luz a mis ojos”
Mis ojos, Señor, están enfermos. Sólo ven a ras de tierra. No saben remontar la vista hacia Ti y descubrir el sentido profundo de las cosas, sobre todo, de las cosas de la fe. Tú eres el Otro, el Distinto. En realidad, ¿qué puedo saber yo de Ti? Da luz a mis ojos, para que vean los acontecimientos como Tú los ves. Dame unos ojos nuevos, capaces de estrenar tu mirada cada día en mí. Con esa mirada de fe, haz que yo vea, haz que Te vea.
“Alegra mi corazón… y cantaré”
Señor, nos has hecho para ser felices. Te encanta el vernos alegres y contentos. Pero, ¿cómo podremos cantar si Tú no alegras nuestro corazón? Tú, Señor, eres nuestro canto. Tú eres nuestra música. Cuando Tú estás presente, el alma se llena de júbilo y canta y danza en tu honor. Pon en nuestro corazón el canto de tu presencia, el arrullo de tu cercanía, la música de tu intimidad. Y entonces cantaremos y danzaremos “como en los días de fiesta”.