¡No!, esto no es ningún tipo de campaña de publicidad de una compañía de móviles o de telecomunicaciones. Tampoco es el lema del penúltimo partido político, surgido en una sociedad -la española- marcada por un ambiente de división y crispación.
Hablar hoy de unidad, de fraternidad, de comunión… pudiera resultar que no es políticamente correcto.
Son pocos los que se atreven a hablar, con autenticidad y sinceridad, de lo que supone este don para el conjunto de la sociedad y de la iglesia en la que vivimos. No se trata de escribir grandes tratados teológicos, o de dar recetas válidas para toda clase de ciudadanos, o fotocopiar modelos que en un momento dado de la historia consiguieron un nivel aceptable de convivencia social. No voy a caer en la tentación de hablar por hablar de algo que me parece primordial, en el tiempo en el que nos está tocando vivir. Sencillamente, me limitaré a narrar -brevemente- cual ha sido y está siendo mi experiencia de fraternidad aquí en Zimbabue.
Desde mi llegada a la Diócesis de Hwange, en la cual estoy trabajando, encontré que la opción de nuestro Obispo, era que viviéramos juntos dos sacerdotes -diocesanos- por misión. Al principio estuve conviviendo con otro sacerdote español –Serafín– durante casi dos años y medio. Tiempo precioso de vida comunitaria, donde compartimos las diferentes dimensiones de nuestra vida como hermanos: la espiritual, la personal, el dinero, el trabajo con las diferentes comunidades cristianas, algunos proyectos de desarrollo comunitario, etc. No voy a negar que fuera bastante fácil, pues había una gran sintonía pastoral amén de hablar la misma lengua y tener unas costumbres y cultura del mismo país de procedencia. Creo que fue fundamental para esta sincera fraternidad, la vivencia de estas palabras: hablar mucho, escuchar más, compartir lo grande y lo pequeño –detalles, cocinar juntos, etc.-, rezar y la empatía, tan ausente cuando vivimos centrados en nuestros propios problemas.
Al cabo de un tiempo, vino «el cambio», y Serafín fue enviado a trabajar a Hwange, siendo enviado a sustituirle: Fitzgerald, mi nuevo compañero de misión. Fitzgerald, llevaba un año de sacerdocio cuando llegó a Dandanda. Mi primer prejuicio, tengo que reconocerlo, fue sentir vértigo ante la nueva situación surgida y el hecho de tener que convivir con un sacerdote local. Recuerdo que las dudas se fueron disipando, cuando empezamos a caminar y a vivir juntos en esta nueva etapa de misión. Decidí comportarme como lo había hecho con Serafín, tratando de ser sincero con él y esforzarme en hacer nuestra vida y trabajo, fácil para los dos. Pienso que, sin hablarlo, los dos decidimos vivir nuestro ministerio y vida comunitaria desde la unidad y la fraternidad.
Un hándicap importante ha sido y es, el comunicarse en otras lenguas- en mi caso el Inglés y el Ndebele-, y el haber recibido una formación y un sustrato cultural en continentes diferentes, lo que provoca que a veces se den malos entendidos entre nosotros. El hecho de vivir en un «lugar de frontera» -sin las comodidades a las que estamos acostumbrados en Europa: electricidad, comunicación por WhatsApp o internet, diferentes posibilidades de ocio-, hace que la comunicación verbal se haga imprescindible para la búsqueda de soluciones ante los pequeños o grandes problemas a los que nos vemos sometidos por estar a más de 280 km de la ciudad más cercana. Considero importante en nuestra vivencia fraterna, la búsqueda de soluciones en común, sin distinción de jerarquías eclesiales que a veces -especialmente en Zimbabue- se ven acentuadas por los propios sacerdotes locales. Asimismo, el sentido del humor, unas risas viendo una película en inglés de más de 20 años desde su estreno, el compartir una anécdota al caer la tarde, un día «off» visitando un parque nacional, o la celebración de nuestros aniversarios sacerdotales o de cumpleaños… ayudan a fortalecer la relación de unidad, de fraternidad y de comunión, con quien Dios ha querido poner en el camino de tu vida.
No es fácil la fraternidad y la vida comunitaria, especialmente cuando no somos nosotros quienes elegimos, sino que el que elige es Dios y lo hace para bien nuestro y bien de los demás. Ojala fuéramos más conscientes de que dando ejemplo de unidad y de fraternidad en el conjunto de la iglesia y de la sociedad, estamos llevando a cabo la misión de ser testigos del amor de Cristo en el mundo.