«No hay peor pobreza material que la que no permite ganarse el pan y priva de la dignidad del trabajo”. “El desempleo juvenil, la informalidad y la falta de derechos laborales no son inevitables, son resultado de una previa opción social, de un sistema económico que pone los beneficios por encima de la persona”. (Papa Francisco)
Cuando un empleo no permite ganarse la vida, y hacerlo con dignidad, hablamos de personas trabajadoras en situación de pobreza; de personas trabajadoras pobres y vulnerables. Situación que se está convirtiendo en uno de los signos de nuestro tiempo, sobre todo si tenemos en cuenta que en España casi un 15% de los hogares en los que hay al menos una persona trabajando viven bajo el umbral de la pobreza, una de las cifras más altas entre los países occidentales y ricos entre los que nuestros representantes políticos presumen de pertenecer.
Cifras que para ser comprendidas necesitan tener en cuenta que tras ellas está presente una brecha de género, siendo más las mujeres afectadas por esta forma de pobreza laboral que los hombres; una brecha de edad (más jóvenes, que adultos); una brecha geográfica, ya que son más las personas migrantes que las nativas ..
Un escenario que apunta a unas perspectivas de futuro realmente negras, ya que organismos como la Organización Internacional de Trabajo (OIT) indican que las personas trabajadoras afectadas por malas condiciones de trabajo pueden aumentar.
En nuestro país este hecho tiene que ver, especialmente, con el exagerado volumen de precariedad y con el aumento de la temporalidad, que está dando lugar a la consolidación de:
- un incremento de trabajos por horas, por servicios, por proyectos…
- una temporalidad alarmante que en muchos casos tiene más que ver con el fraude que requisitos de la actividad,
- extensión de empleos en condiciones laborales penosas, con escasa protección social y salarios indecentes.
- etc.
Esta precariedad que ha sido llamada “esclavitud del siglo XXI”, tiene algunos ejemplos que resultan simbólicos, como son las camareras de piso que limpian los hoteles o las empleadas de hogar, la gran mayoría de las cuales son mujeres; las personas trabajadoras que reparten paquetes a domicilio en bicicleta o moto, en su mayoría jóvenes; las personas que trabajan en las VTC (Vehículos de Turismo con Conductor) en buena parte personas mayores que perdieron su empleo…
Una nueva realidad laboral que emerge, no lo olvidemos, fruto de las reiteradas reformas laborales que, bajo el pretexto de adecuar el “mercado laboral” al nuevo contexto; esto es, responder a los cambios organizativos, tecnológicos y productivos, pero también a los demográficos, educativos, ideológicos o políticos… ha optado por ir eliminando derechos laborales, como requisito para que as empresas crearan más empleo.
Pero, faltando a la verdad, se niegan a reconocer que la crisis que venimos padeciendo, especialmente desde los años ochenta del siglo XX, tiene que ver con el empleo, con esa fuente principal de ingresos a la hora de garantizar que las personas tengan una vida digna, ya que asistimos a un escenario donde el empleo se va reduciendo y escasea como consecuencia de los avances tecnológicos. Ya no parece haber empleo para todo el mundo, como queda reflejado en los elevadísimos niveles de desempleo que hemos vivido y, ahora que dicen que superamos la crisis, en el enquistamiento de una bolsa importante de paro estructural.
Frente a ello, lejos de avanzar hacia un gran pacto que se plantee como asegurar una existencia decente a todas las personas, por el mero hecho de serlo, y se busquen los medios para llevarla adelante (p.e. cómo adecuar la fiscalidad a ese contexto en el que el empleo escasea como consecuencia de los avances tecnológicos…) se opta por empleos que mayoritariamente generan e intensifican trabajos precarios y personas trabajadoras pobres.
Cabe recordar que, sin empleo la paz social se vuelve muy difícil, por no decir imposible. Nuestra sociedad, sobre todo los sectores sociales más afectados por estas formas de precariedad y vulnerabilidad, buscan alternativas distintas a la “oficiales”: surgen nuevas formas de organización al margen de los sindicatos tradicionales; aparecen plataformas y colectivos que luchan contra la precariedad y reivindican otras formas de vida en el que el empleo no sea ya la única forma de ganarse la vida… Electoralmente se buscan otras alternativas, mirando hacia la izquierda o hacia la derecha… pero ninguna acaba con la indignación, y las bases materiales del malestar y la conflictividad social siguen latentes.