Opinión

Carlos Munilla

Una piedra muy valiosa

8 de enero de 2019

Había una vez, en el País de las Piedras, una pequeña piedra que esta­ba empeñada en ser una piedra preciosa para ser importante y admirada por todas las demás. Por eso tenía en su casa una impresionante colec­ción de disfraces. Los tenía de Esmeralda, de Rubí, de Zafiro, de Dia­mante, de Plata, de Oro. Eran reproducciones casi exactas. Cuando se los ponía, parecían realmente auténticos.

Y a esto había que añadir lo bien que interpretaba la pequeña piedra su papel. Si iba disfrazada de Esmeralda, hablaba como las Esmeraldas, caminaba como las Esmeraldas, se comportaba como las Esmeraldas. No había detalle que se le escapara y que la pudiera delatar.

Pero tenía que tener cuidado en una cosa; no podía darle directamente la luz del sol, porque entonces descubrirían que no era transparente co­mo las auténticas Esmeraldas. Lo mismo le ocurría con los disfraces de Rubí, de Zafiro y de Diamante. Así que sólo se los ponía cuando era de noche o al atardecer. Por el día se disfrazaba de Oro o de Plata. Aunque con estos disfraces tenía el peligro contrario; si dejaba de darles la luz del sol, dejaban de parecer Oro o Plata auténticos. Sin embargo la pequeña piedra lo tenía todo muy bien controlado.

Y así fue pasando su vida. Nadie se dio cuenta del engaño. Los que la conocían como Esmeralda le tenían una gran admiración y aprecio. Y lo mismo ocurría con los que la conocían como Diamante, como Oro, co­mo Zafiro, como Rubí o como Plata.

Pero un día, estando la piedra tomando el sol disfrazada de Oro, un hombre que pasaba por allí quedó deslumbrado con su brillo y la cogió. Al ver que era oro, dio un salto de alegría y fue corriendo a ver a un joye­ro para que le dijera cuál era su valor. Pero cuando el joyero la examinó, vio que era una simple piedra cubierta con una funda dorada. Entonces el hombre, desilusionado, la cogió y la tiró por la ventana.

Al caer al suelo, la piedra se rompió en mil pedazos, y sorprendentemen­te, dejó al descubierto que su interior había estado ocupado por un Dia­mante de gran calidad y de valor incalculable. Un Diamante que nunca había podido salir a la luz, porque la pequeña piedra se empeñó toda su vida en imitar a otros para ser valiosa e importante.

 

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