Monseñor Escribano, responsable de Juventud de la Conferencia Episcopal Española, ha explicado en Tarazona y Zaragoza las claves del Sínodo sobre los jóvenes, del que fue padre sinodal. “Está en juego la felicidad de las nuevas generaciones“, asegura con responsabilidad.
¿Ha perdido la Iglesia a los jóvenes?
El Sínodo ha aportado respuestas concretas para acompañar a los jóvenes, sin excepción, en lo que tiene que ser la alegría del amor. “La piedra que desecharon los constructores es ahora la piedra angular”, dijo Jesús. El reto de ahora es que esos jóvenes que han sido descartados puedan convertirse en pulmón para la vida de la Iglesia, al igual que esa piedra desechada. El hilo conductor es el amor, puesto que es capaz de llenar de plenitud al ser humano.
¿Cuál es la receta?
No podemos trabajar igual con jóvenes que habitualmente van a misa, que con los que no vienen pero han oído hablar de Dios o con los que piensan que no podemos decirles nada interesante. Esta variedad de escenarios exige estrategias diferentes a nivel pastoral. Debemos poner en marcha escuelas de acompañamiento en las diócesis para caminar junto a nuestros jóvenes. Se trata de ayudar a descubrirles lo que Dios quiere que hagan, no decirles directamente lo que tienen que hacer. Es muy importante el acompañamiento en la fragilidad: muchos jóvenes viven en las periferias, en situaciones laborales y familiares complicadas.
Se habla también de trabajar por proyectos…
La Pastoral Juvenil es una prioridad a la que hay que dedicar medios, recursos y personas. Un buen acompañamiento exige trabajar por proyectos, no por departamentos, ya que los jóvenes están en la Universidad y en otras realidades al mismo tiempo. La clave está en ofrecer un plan de vida que dé continuidad natural a las distintas etapas.
¿Qué han pedido los jóvenes en el aula sinodal?
La presencia de los jóvenes ha sido aleccionadora para todos, una bocanada de aire fresco. Los participantes mostraron un gran espíritu de comunión y alegría, siempre con espíritu constructivo. Las aportaciones fueron muy variadas, porque se hizo patente la universalidad de la Iglesia. Por ejemplo, el gran problema en África es la educación y la inmigración, no que los jóvenes católicos no vayan a misa, como puede suceder en España o Estados Unidos. Fue muy enriquecedor también escuchar a jóvenes y obispos que habían estado en la cárcel por ser católicos. La persecución a la Iglesia es hoy una realidad en muchos lugares.
¿Y el Papa? ¿En qué grado estuvo presente?
La participación de Francisco ha sido una bendición. Más allá de las eucaristías o de momentos más mediáticos, como la inauguración o la clausura, trataba de estar en todos los descansos. Las sesiones eran muy intensas, de lunes a sábado, mañana y tarde, por lo que había varias pausas. El Papa se dedicó a escuchar, sobre todo a los jóvenes, con especial agrado. Aunque uno siempre quiere estar cerca de él, intentamos no fatigarle. Su presencia, cercana y entrañable, impulsó un clima de sinodalidad propicio para el diálogo.
¿Cómo fue el día a día?
Teníamos dos tipos de reuniones: los círculos menores y la congregación general, en la que estábamos todos: jóvenes, padres sinodales, auditores, relatores… Había un servicio de traducción simultánea que favorecía el encuentro. El Papa escuchaba y, en ocasiones, subrayaba algunas ideas, pero de manera muy escueta y sencilla. Los círculos menores servían para debatir temas y avanzar en grupos reducidos.
El mundo digital ocupó parte de esos círculos…
Las nuevas generaciones viven instaladas en internet. ¿Cómo evangelizamos ahí? Ese es el desafío.
¿Por qué se apoyaron en el relato de Emaús?
El relato de Emaús se propone como hilo conductor del documento final por su riqueza evangelizadora, enormemente atractiva y actual para llegar a los jóvenes de hoy. La primera parte, tanto del relato como del escrito, se centra en el encuentro, la escucha… La segunda explica cuál es la forma de acompañar que tiene el Señor, para que aprendamos de él. Por último, la tercera parte concreta la acción: evangelizar.
¿Qué le diría a quienes piensan que el Sínodo no aporta nada nuevo?
Que vean sus aportaciones en clave pastoral. El acompañamiento que propone, buscando la plenitud de cada sujeto, marca un nuevo horizonte. Ojalá seamos capaces de aplicarlo en las diócesis. Está en juego la felicidad de nuestros jóvenes.