Éxodo, caravana o viacrucis son algunas de las palabras para designar la cruda realidad que padecen hoy millones de migrantes obligados a desplazarse por necesidad y en búsqueda de esperanza, ya sea por razones religiosas, por las guerras, por el expolio económico y la falta de trabajo, por las desigualdades, las crisis ambientales…
Personalmente me quedo con éxodo, ya que designa salida del país de la esclavitud hacia la tierra prometida; pero también porque nos muestra a un Dios cristiano que antes que reclamar respeto o proponer caminos espirituales… escoge un pueblo con el cual actuará en el corazón de la historia humana para su liberación. Una liberación auténtica que alcanza toda la realidad humana, individual y social.
Los éxodos actuales, ya sean en Centroamérica, en el África subsahariana, en nuestras fronteras… son auténticos éxodos de liberación, y se convierten en un claro signo de los tiempos al visibilizar el dramatismo de la realidad actual, el importante crecimiento de las condiciones de violencia (física, económica, política, laboral, patriarcal…) y empobrecimiento en gran parte de nuestro mundo, que presumimos civilizado.
El lento y fatigoso peregrinaje de estos migrantes, atravesando países o desiertos, preparándose para saltar vallas, muros o alambradas, coloca ante nuestros ojos la suma de dolores y sufrimientos, de humillaciones y marginaciones, que sufren personas de carne y hueso, seres humanos que acumulan tanta desesperación que prefieren arriesgar la vida que continuar bajo el yugo de un sistema que desprecia su dignidad todos los días. Nos recuerda que estos son los verdaderos pobres, a los que estamos llamados a dirigir nuestra mirada para escuchar su grito y reconocer sus necesidades.
El Papa Francisco, dirigiéndose al Foro Social de las Migraciones, celebrado en México, y en referencia a esas caravanas/éxodos decía que son “una manifestación de la desesperación, de la crisis de un modelo económico y político que obliga a miles de seres humanos a escapar de su tierra, asumiendo la vulnerabilidad que implica ser migrante”.
Un signo convertido en clamor que, también hoy, llega hasta el cielo, en lamentaciones de los pobres y empobrecidos, convertidas en denuncia casi “profética” de condena este capitalismo neoliberal fetichista e idolátrico.
Signo, también, del dolor que acumula un mundo indiferente, que olvida que son personas, y no números, los que caminan bajo el sol. Al respecto, denunciaba el Papa Francisco que son “ignorados, violados y abusados en el silencio culpable de muchos”, y recordaba que aún “hay maldades que extirpar, injusticias que arrasar, discriminaciones que destruir, privilegios que derrocar, dignidades que reconstruir y valores que plantar”.
Palabras que evocan la de María en el Magnificat: “Ha hecho proezas con su brazo; ha esparcido a los que eran soberbios en los pensamientos de su corazón, ha quitado a los poderosos de su trono y ha exaltado a los humildes. A los hambrientos ha colmado de bienes y ha despedido a los ricos con las manos vacías.” (Lc. 1,51-53), y que nos invitan a situarnos con la actitud profética de María: ella mira el pasado, discierne el presente y anuncia el futuro. Mira el pasado, resaltando la obra de Dios a favor de los débiles y los pobres del pueblo. Discierne el presente, atravesado de injusticias y desigualdades, y anuncia el futuro, destacando que para que Dios reine, los poderosos serán bajados de sus tronos, los hambrientos satisfechos y los humildes levantados.
Para comenzar, tal vez deberíamos preguntarnos acerca de las fuerzas que están impulsado a millones de hombres, mujeres y niños a dejar su casa, la tierra en la que nacieron, para emprender esta caminata interminable, plagada de peligros e incertidumbres. Acerca de lo que mueve a las personas a abandonar todo lo conocido y a buscar, más allá de toda esperanza, un sueño que tal vez nunca llegará. Y, cuando nos respondamos, con honradez y sinceridad, encontraremos caminos a través de los que manifestar nuestro apoyo y solidaridad a todas estas personas que hoy constituyen el grito más importante en favor de la vida.; que nos recuerdan que el Dios cristiano es el Dios de la vida, que su gloria es que el hombre, la mujer, los pobres… vivan y vivan con dignidad.