Opinión

Susana Pérez

Hacia una Iglesia Sinodal

Tiempo de Gracia

21 de enero de 2025

El Sínodo de la sinodalidad, que ha agitado a toda la Iglesia Universal durante estos últimos tres años, ha publicado recientemente su Documento Final. El Papa Francisco le ha otorgado directamente el rango de magisterio pontificio, un gesto extraordinario cuya repercusión es inmediata: se insta a las Iglesias a tomar decisiones coherentes con lo que en el documento se indica, a activar creativamente nuevas formas de ministerialidad y acción misionera, experimentando y sometiendo las experiencias a verificación, pues es necesario que las palabras vayan acompañadas por hechos (Nota adjunta al Documento final).

Además, casi a la vez, acabamos de inaugurar Año Jubilar -año de Gracia- en este caso dedicado a la Esperanza. Estamos viviendo dos acontecimientos muy cercanos, uno extraordinario y el otro poco frecuente, que me sugieren una relación providencial entre ellos e incluso podría ser que el Espíritu sinodal y la Esperanza jubilar anden en este momento vinculados por la Gracia.

Sabemos que el proceso sinodal no termina con la asamblea, incluye la fase de implementación dentro de las comunidades a las que pertenecemos. Ahora toca lo más complejo, tenemos que ir haciendo una conversión sinodal, ya no solo intencional, sino palpable y real (Documento final -en adelante DF- nº 9) y ésto necesita que formemos entre todos un pueblo de discípulos misioneros donde es imprescindible un esfuerzo adecuado: integral, continuo y compartido (DF nº 143).

El reto es grande y trascendente, pues el modelo de Iglesia conocida ya no sirve para el futuro. El Papa Francisco convocó el Sínodo ante la evidencia de un modelo teológico-cultural agotado y con la finalidad de lograr un nuevo modelo eclesial para el tercer milenio (Luciani R. Iglesia Viva 2021. 287, 97-121). Los nuevos eslabones tienen que anclarse a los previos en la cadena de salvación, así ha sido siempre. La pregunta que todos nos formulamos es ¿cómo lo vamos a hacer?.

Es evidente que sin oración, discernimiento y conversión -de todos- vamos a caminar hacia ninguna parte. Para poder salvarnos hemos de ir juntos y con El…tiraré de todos hacia mi (Jn 12, 32). La senda es estrecha y esta llena de dificultades, ya lo sabemos, pues muchos temas se han abordado en estos tres años de Sínodo, y entre los convocados que acudieron a las asambleas, el documento tuvo mas de 1000 enmiendas para aprobar finalmente 155 puntos con mayorías mas o menos polémicas, además de dejar varios grupos de trabajo activos con otros temas que no han aparecido en el documento por ser todavía demasiado conflictivos, como el diaconado femenino o el celibato opcional del clero

Además del clericalismo, la inmadurez y la poca formación de un laicado acostumbrado a la pasividad o a la protesta no constructiva, y la excesiva independencia de no pocos movimientos e institutos religiosos, hace que estemos poco acostumbrados a apoyarnos unos en otros y a desplegar retos comunitarios y de talante sinodal.

La secularización progresiva de nuestra sociedad nos hace reflexionar sobre la hipertrofia de estructuras y actividades que nos desgastan, y no sirven ni para alimentar la fe de los que ya somos cristianos ni para aportar nuestra esperanza a un mundo cada vez más alejado de Dios.
Los “tiempos recios” no son novedad, ya escribía Teresa de Avila: “Andan las cosas del servicio de Dios tan flacas, que es menester hacerse espaldas unos a otros los que le sirven para ir adelante..” porque la sinodalidad está enraizada en la tradición de la iglesia y caminar juntos es constitutivo al cristianismo. Nos dice el Documento final: la salvación que recibimos y queremos proclamar, pasa a
través de las relaciones entre personas: se vive y se testimonia juntos entrelazando nuestras vocaciones, pues el Espíritu ha puesto el deseo profundo y silencioso de relaciones autenticas y vínculos verdaderos entre nosotros (DF nº 154).

Así que para seguir caminando con sentido en este proceso, necesitamos bastante audacia evangélica (o arrojo evangélico, como dice Francisco cuando habla de la “parresia bíblica”), es decir, amor a la verdad, fuerza, valentía, inteligencia…finalmente, actitudes con las que responder al reto de SER CRISTIANOS HOY. Esta audacia bíblica es esperanzada y creativa, inspira y da vida, y también creo que sin ella corremos el riesgo de dejarnos conducir por el miedo -tan humano!- pero que lleva a un inmovilismo egoísta, desconfiado y manipulador y, sobre todo, un miedo que está en las antípodas de la FE, la fe de los “hijos de la Luz” (Ef 5, 8-17).

A la vez que nos encontramos ante estos retos que pueden ponernos nerviosos o incluso a la defensiva, se nos regala un tiempo de Gracia: la ESPERANZA que nos convoca en este año jubilar. Esperanza de Dios sobre la realidad, de nuestro Dios que lanza su semilla sin medida (parábola sembrador) y ante una Esperanza cristiana, ni infantil ni barata, que es facilitadora y preparadora, que nos empuja a aprender y a escucharnos y que incluye el esfuerzo y la paciencia de lo que “aun no está” (García F.,“Tripas de la esperanza”. Vida Nueva). ¡Cuánto tiene que ver esta Esperanza con el Espíritu sinodal que ahora nos insta a seguir lo que solo ha hecho que empezar!

La espiritualidad es el talante con el que nos hacemos cargo de la realidad, de la historia que nos toca vivir con toda su complejidad. La Espiritualidad sinodal, en concreto ahora, quiere que “este encargarnos” sea sinodal, con ese peculiar estilo eclesial que implica “caminar juntos”: escuchar, dialogar, discernir, cuidarnos y ser pacientes. Es esta última cualidad poco cultivada en los tiempos de las prisas y tan relacionada con la Esperanza, con la que se nos invita bíblicamente (hypomone) a ser resistentes a pesar de los obstáculos, perseverantes ante la adversidad, caminando con los distintos y avanzando esforzadamente, no solo por el presente, sino por la Iglesia venidera. Es un reto para nuestra impaciencia y una llamada para los resignados, decepcionados y desilusionados, que nos permite permanecer, sabiendo que nuestro sueño de una comunión sinodal no es absurdo (Martínez-Gayol N., A.C.I. Abrazar la vulnerabilidad en el camino sinodal. Unión internacional de superioras generales).

Es el momento de propuestas audaces, así que desde este blog propongo:

crear una Delegación diocesana para la animación de la sinodalidad con una hoja de ruta y cronograma definido, que dedique personas y recursos para acompañar el camino de crecimiento como Iglesia sinodal en misión.
rescatar y poner en valor las conclusiones del último Sínodo diocesano creando un grupo de trabajo en conexión con el Equipo sinodal.
Practicado con humildad el estilo sinodal puede hacer de la Iglesia una voz profética en el mundo (DF nº 47). Nuestra misión evangelizadora será efectiva solo a través de nuestra credibilidad personal y comunitaria. Como cristianos estamos llamados a “ser la sal de la tierra” (Mt 5,13-16) y por tanto a ser ejemplares y referentes en nuestra sociedad. No podemos quedarnos tranquilos con una ética de mínimos, el Reino nos pide más, esperar la utopía y los imposibles, porque nuestro garante es Jesucristo y nuestra esperanza es cristiana. Mientras algunos dan el Sínodo por fracasado, otros percibimos claramente un tiempo de Gracia.

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